lunes, 7 de mayo de 2012

Recordando a Eduardo

La vez pasada me despedí de mis escasos pero selectos lectores, avisando que iba a mirar mi serie preferida Mad Men. El comentario de hoy viene a cuento porque en un uno de los episodios hay un muchacho que sufre de epilepsia y no consigue un trabajo que lo haga sentir como cualquier ser humano, solo le dan puestos de limpiador u otros de la escala más baja de servidores. El muchacho no tenía ni siquiera una marca o alguna señal visible de que sufría esa enfermedad, pero igual, en los EE. UU de los 60, la gente lo temía y prefería verlo lejos o encerrado. Por eso recuerdo a Eduardo.
El era hermano de nuestra vecina Angélica, en Villa del Parque en Buenos Aires. Eduardo también era epiléptico y solía tener ataques aparatosos. Trataba de meter los dedos en el enchufe para suicidarse, o corría para escaparse de la casa y tirarse debajo de un coche, era una hazaña para la madre y la hermana sujetarlo esperando que se desvanezca. Cuando perdía la conciencia quedaba acostado, tirado en el piso, era pesado como para llevarlo a su cama, un hilo de saliva salía de su boca, su madre lloraba y Angélica trataba de irse lo más lejos posible de esa realidad tan lacerante.
Al despertar, Eduardo volvía ser manso, amable y a cuidar a los gatitos que tenían. No se que habrá sido de ellos, la familia de Angélica era una familia rara. El padre había muerto y de su fábrica de maniquíes quedaban los cuerpos de yeso y papel en armarios de vidrio o tirados en el piso como su hijo Eduardo. Daba miedo entrar a ese cuarto, si había poca luz uno podía pensar en una multitud de seres inmóviles, pensando en la vida que llevaban, condenados para siempre a mirar sin hablar.
Lo que verdaderamente es muy triste es saber que la ignorancia sobre la epilepsia todavía continúa y que es una influencia muy poderosa sobre la gente que aún hoy, teme a los enfermos del gran mal.

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