domingo, 7 de noviembre de 2010

La tenacidad de la paloma


El 27 de octubre descubrimos un nido en la parralera, semioculto entre las hojas. sentada sobre él había una yerutí - es una palomita más chica- blanca, estaba empollando. Mi esposo quiso echarla pero a mi me conmovió y le pedí que la dejáramos, que ya habría tiempo para que se fuera. Las palomas tiene mala fama y algunos aseguran que son portadoras de varias plagas, pero estaba tan hermosa la palomita en su nido, toda buchona ella, que la dejamos vivir.
El 30 de octubre vino la gran tormenta con granizo y lluvia torrencial e inundaciones del patio. Cuando el viento y la lluvia amainó salimos a mirar y vimos a la paloma sentada como si nada hubiera ocurrido, sus huevitos no podían ser abandonados y ella cumplió con su misión. Hizo bien, hoy sus pichoncitos apenas asoman la cabecita por encima del nido y la imagino afanosa buscando algo para darle de comer. Mi marido, que es un hombre muy bueno, quiso ponerle cereales en el suelo, debajo del nido, pero yo le dije que no, que nos llenaríamos de ratones. Ella es una madraza, ya encontrará en el jardín alguna hojita o unas frutas, se las va a campanear muy bien. Así como los sayjoguy que comen los mamones, las guayabas, los ñangapiry y hasta el alpiste de la jaula de los loros. Ellos no se privan de nada y me pagan con el vuelo azul de sus alas travesando el espacio entre las santarritas y las mandarinas.
Presiento que las palomas volverán a sus buenas costumbres -vivir en las ramas de los mangos- porque tenemos un gatito nuevo, el Cervantes - tiene la patita izquierda rota- para que caze a la laucha que se pasea por la casa como si fuera de ella. No hay trampa que funcione y hemos tenido que adoptar estretegias para esconder el pan, para que no lo alcance.
Mucha gente me pregunta porque tengo gatos, siempre los tuve, y yo les respondo -Me gustan más los gatos que las ratas. Es la pura verdad.
Además, nunca he visto que una escritora se rodee de ratas, piensen en Josefina Pla.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Ser miembro del Club de los melancólicos


Estuve leyendo el último libro de cuentos de Delfina Acosta El club de los melancólicos y la primera reflexión que me vino en mente fue una pregunta ¿Que tienen los poetas cuando escriben cuentos? Aventuro una respuesta: tienen música, un ritmo interior que hace bailar las ideas y que nos embriaguen esas escenas que el poeta describe.
Cuando un prosaico prosista narra un cuento busca la exactitud, la coherencia, lo pedestre, las explicaciones lógicas, un final decente. En general los narradores queremos sentirnos parte del stablishment - de lo políticamente correcto- y que nadie diga de nosotros que nos hemos entregado a la droga de la poesía, de la irrealidad. Pero, los cuentos de los poetas, ah... los cuentos de los poetas son infinitamente más bellos y, en estos de Delfi, hay magia y atmósfera. Algo difícil de conseguir, lo de la atmósfera, digo.
Sus mujeres siempre están solitarias como Penélope en la estación de tren esperando su primer amor. Son mujeres buenas, calmas, con la belleza de la madurez y la serenidad de quienes saben que los sueños se cumplen, a veces, demasiado tarde. Los hombres de los cuentos de Delfina navegan por las páginas temerosos de intimar con esas féminas raras, que aman el arte y hacen un culto de la nostalgia.
Y, como todo escritor que se precie, la Delfi también aparece, me parece escuchar su voz de niña buena, cuando habla de la vecina asmática o de la que cuida el jardín. Es ella, es Delfina con su capacidad para describir los seres humanos simples y tiernos.
En los cuentos de Delfina siempre hay flores de nombres raros y perros, pajaros y gatos. Hay farmacias donde compra violeta de genciana, elmento tan antiguo como el azul de metileno, que los poetas usan para teñir de azul sus versos y para desinfectarlos y evitar así cualquier contagio de realidad común y silvestre. Ella se rodea de vida, vida palpitante, riente o sufriente y uno se sienta en el sofá con tapizado de seda para charlar con Sara Arzamendia y para darle algún consejo literario.
En El gallo, hay un pueblo como cualquiera, poblado por recuerdos y viejos, viejos, ancianos que se aferraban a la rutina como una soga salvadora. El cuento es sencillamente hermoso. Hay otros cuentos que hablan de las angustias de los escritores y de los poetas, todos meláncolicos e inseguros.
En este libro Delfina es una guía, pero no del Ejército de Salvación, ella es la que arroja luz sobre las angustias de esos seres tan desvalidos como son los creadores.
Si usted desa hacer un recorrido por el interior de un humano que puede parecer normal por fuera, lea a Delfina, ella le mostrará la verdad que alienta en cada suspiro.

martes, 19 de octubre de 2010

Seré modelo alguna vez?

Queridos seguidores, les cuento que en Paraguay (por si alguno vive en otro país) las modelos y las aspirantes a reinas de belleza, todas, pero todas, han leído Yo El Supremo y lo mantienen como libro de cabecera.
Siempre me sentí disminuída por ello, ya que las primeras lecturas de ese clásico que trajo el Cervantes al Paraguay me pareció aburrido e insulso. Estaba equivocada, no había perseverado lo suficiente. Ahora lo tuve que leer por obligación y ¿están sentados? ¡Ya llegué a la página 50 sin desmayar en el intento!
A medida que voy avanzando le encuentro tanto sentido del humor, tanta ironía y tanta sabiduría del autor que me asombra no haberlo leído antes. Es realmente un supremo de nuestra literatura. Además, están tan bien delineados los dos persoanjes, El Supremo y Nicanor Patiño, en páginas ausentes de descripciones fatigosas, yendo ambos al meollo de la cuestión en una dialéctica viva,ágil, profunda y graciosa, que me parece verlos en una habitación en penumbras, iluminada por pocas velas - por la austeridad del amo y señor. Los dos hablando, pintando escenas pasadas y futuras con palabras, con la magia de las palabras, supremas expresiones de las ideas.
Cuando termine la lectura haré un comentario en serio, pero tengo que contarles que con el paso del tiempo me siento más linda, más joven, más alta, más delgada y más rubia. ¡Con razón lo leen las modelos. Seguro que Egny Eckert ha descubierto esos beneficios hace tiempo y ahora es una de las más votadas en el concurso de belleza donde participa.
Lean a Roa chias, es mejor que una lipo.

jueves, 14 de octubre de 2010

Mi cumpleaños

En los blogs que frecuento los autores suelen poner todo su perfil, qué les gusta, sus hobbies y otras minucias que los acercan más a lectores desconocidos. Bueno, yo no tengo ganas de publicar todo mi perfil - de escritora ñata- pero voy a confesar que me desvela el tema de mi cumpleaños.
Cuando comienzo a meditar sobre ese fausto día, que rememora mi aparición en el mundo, escucho dos voces: una me dice que no festeje, que me canso mucho, que la casa nunca está impecable, que no tengo tantas comodidades y que es preferible salir a comer afuera. La otra voz, en cambio, susurra: vas a dejar a tus amigas y a tus seres queridos con ganas de reunirse, sos muy egoísta, qué te cuesta hacer algo sencillo, algo frio para que la gente pueda venir a comer comodamente, sentarse donde pueda para charlar y ponerse al día con las novedades.
Entre esas dos voces, mi verdadero sueño es tener un cumple inolvidable, con mis amigas de todos los ámbitos, las escritoras, las periodistas, mis hermanas, mis hermanos, mis hermanos putativos "los Saldivar", mi prima Marilén y mis hermanas y primas políticas que todos los años me aqcompañan. Me gustaría que haya música, que ls "putisas" bailen vestidas solo con peplos transparentes, que los hombres fumen y discurran sobre filosofía, futbol y el tema obligado:Larisa Riquelme. Que los niños, si vienen, estén quietos y no hagan muchos desastres.
Aún no decido que haré, por el momento sueño.

COMENTARIO DE LIBRO

FANTASMAS PEREGRINOS – Victorio Suárez – Editorial Servilibro
– 2010.

Hace ya un tiempo que Victorio Suárez viene experimentando una nueva manera de contar cuentos. Esa modalidad que eligió exige mucho más del lector, ya no se trata de esperar un final inesperado y un chisporroteo de palabras encadenadas, no. En este tipo de narraciones, casi oníricas, Suárez nos obliga a penetrar en sus laberintos, para no sentirse tan solo.
Hablemos primero de lo difícil, de los relatos que piden mayor atención y más acompañamiento. Ellos describen escenas en un soliloquio de la memoria, una memoria sin sustancia, como si ella pudiera existir fuera de un cuerpo. En esos cuentos hay paisajes diferentes, con puertos y peces escamosos, hay neblina y viento sur, zaguanes – refugios, hoteles con cuartos que conservan huellas de relaciones pecaminosas, olores culpables. El lector debe hallar el hilo conductor, debe deslizarse pegado a las paredes de habitaciones grises, sin esperanzas de redención. Tiene que arrastrar rencores, ser solidario con esas voces que sufren. No teman, todo es bello, con la hermosura de la corrupción de los recuerdos macerados en agua de lluvia.
Pero, de pronto, como surgiendo en un amanecer venturoso, Victorio regresa a la realidad de su patria y su vena de poeta sensual se regodea con el río que brama muy cerca de Varadero, ese rincón de la ciudad, en el país y en el mundo, que canta al sol su himno de ropas tendidas al viento. El autor cuenta como un cronista muy involucrado, la vida de los que decidieron vivir allí, sobre la tierra roja, al borde las barrancas, gozar de noches de bohemia en burdeles sencillos y peligrosos. Un barrio tan inspirador como las nalgas broncíneas de la negra Tumba Sulunga que se tiraba al río cada tarde para ser la gloriosa nereida de Varadero.
Un libro con tal dicotomía, al precio de uno, nadie se lo puede perder.

viernes, 8 de octubre de 2010

QUIEN SOY

Después de leer la biografía tan formal que aparece en mi blog y en mi página web me arrepentí. Por eso les cuento quien soy, verdaderamente. En primer lugar me considero una escritora en vías de extinción, quiero vivir mucho más, pero reconozco que ya vivi bastante. Leo a autores jovenes y me doy cuenta de que mi mirada está demasiado cargada de experiencias y que, para crear, voy al desvan de mis recuerdos. Hablo del pasado o cuento historias atemporables, que quizás no interesen mucho.
Desde el punto de vista de mi lugar en el mundo debo confesar que soy madre y abuela, tengo cuatro hijos y cuatro nietos, soy rica.También, en este sincericidio tendré que admitir que, como ama de csa, soy pésima y como cocinera estoy aplazada. Mi familia es generosa y delgada, prefieren comer afuera.
Como diabética, soy desobediente, la computadora me atrae mucho más que una buena caminata y las pastas me llevan a cometer pecados que no figuran en el index de la iglesia.
En fin, algo positivo hay en mí, soy muy nteligente y logré convencer a mi novio de que se case conmigo, hasta ahora es mi mayor logro. Todavía trabajo y sigo escribiendo porque, como decía mi abuela: nunca falta un roto para un descosido que, traspolado a mi tarea de escritora sería: nunca falta un lector para un escritor, por más amalo que sea.

sábado, 2 de octubre de 2010

LA PRINCESA TRISTE DEL MERCADO CUATRO


LA PRINCESA TRISTE DEL MERCADO CUATRO – Rubén Sapena Brugada.
Coedición de UNINORTE y CRITERIO Ediciones –
234 páginas – Edición Agosto de 2010.

Rubén Sapena B. demuestra con creces los beneficios de la lectura, en una entrevista ha dicho que nunca fue escritor ni tampoco acudió a un taller literario, pero que ha leído mucho y desde que comenzó, a los quince años, no ha dejado de hacerlo ni un solo día. Posee un excelente manejo de la lengua, esencial para quien desee escribir, así como también imaginación, cultura y – como buen arquitecto - sabe estructurar sus novelas.

En esta obra en especial, sus dos protagonistas se mueven con soltura en mundos muy contrastados. La acción tiene escenarios diferentes, el primer mundo europeo, con detalles de refinamiento que nos recuerdan a aquel veterano héroe de Ian Fleming, James Bond. Pero no todo es lujo y placer, como un gran conocedor de nuestra realidad y nuestra idiosincrasia, Sapena describe cómo se vive y cómo se sufre en algún pueblito perdido del interior del país. Y, por último pero no menos importante, se encuentra uno de los personajes principales: el Mercado Cuatro, ese microcosmos que tiene sus propios códigos y sus personajes dignos de figurar en una picaresca nacional.

Anita Caliente, nombre de guerra de La princesa triste, está muy bien retratada, el lector la siente como si fuera de carne y hueso, es querible y más de uno la identificará con otras princesas que deambulan en la miseria de Pettirossi soñando con un mundo de ensueño. El ascenso de Ana al universo del poder y del dinero no fue fácil, pero ella se empeñó hasta lograrlo. La inteligencia de la joven la ayudó a superar la miseria y la prostitución en la que estaba sumida, incentivada por el deseo de ser una mujer del mismo nivel de un play boy paraguayo del que se había enamorado. Y ya es momento de hablar de Manolo, la otra figura, el narrador de esta aventura. Desde el punto de vista femenino, él es un hombre normal, silvestre y hasta algo cobarde. Muy tradicional, iba de putas en una época en la que la virginidad era un artículo valioso, pero al llegar el momento se casó con la mujer apropiada. Vivió valiéndose de sus relaciones, que lo ayudaban en su profesión. Ya maduro, Manolo vuelve a encontrarse con su ex compañera de lecho, Anita, convertida en todopoderosa periodista, amante del capo mafioso del momento e insustituible bisagra que podría abrirle el camino para un gran negocio que para Manolo era vital.

Señores lectores, los elementos están servidos, gocen de la lectura de la novela.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Neruda, su nueva chaqueta y el schnautzer

A pocos días del aniversario de su muerte, prefiero recordar al poeta con una anécdota que leí en unas memorias de Zelia Gatai, esposa de Jorge Amado. En ese libro ella rememora su estadía en París, de donde fueron echados con su ilustre esposo y su hijito de pocos meses, a pedido de la dictadura que gobernaba en Brasil. La pequeña familia se refugió en Checoeslovaquia, en un castillo que el gobierno comunista de ese país ofrecía a los escritores de manera gratuita para que se hospedaran por largas temporads y escribieran allí, comodamente instalados. El castillo estaba ocupado por otros poetas checos y por los empleados que los servían amablemente. Zelia se dedicaba a recorrer los alrededores mientras Jorge Amado se inspiraba. A veces llegaba hasta Praga, como cualquier turista. En esa hermosa ciudad vivía otro escritor que le había dejado en custodia su perro, cuando él salió de vacaciones. Era un schnautzer ( no se si está bien escrito) y ella tuvo que extremar su vigilancia, porque su bebé comenzaba a caminar y el perro a comer todo lo que encontraba a su paso, aunque fueran los objetos más increíbles. Cuando el dueño regresó, Zelia le contó lo que había hecho y el dueño prometió que lo corregiría.
De pronto llegaron de visita por Praga, Pablo Neruda y su esposa Matilde. El dueño del perro invitó a cenar a las dos parejas, a los Amado y a los Neruda. Era una noche muy agradable y Neruda estaba feliz como un niño porque estrenaba una chaqueta a cuadros comprada en París. Paseaba ufano por la sala mostrando su elegancia hasta que decidió sacársela, colgarla del respaldo de una silla e ir al comedor a gozar de la cena.
Mientras cenaban, el dueño de casa explicó que su perro había sido sometido a un tratamiento sicológico, por un gran especialista y que estaba totalmente curado de sus mañas.
La cena trasncurrió muy bien, hubo brinds y buenos deseos y, cuando llegó el momento de retirarse, Neruda fue a buscar su chaqueta. Encontró la mitad, la parte de abajo se la había comido integramente el perro. El poeta casi lloró pero comprendió que el famoso sicólogo era un timador.

martes, 3 de agosto de 2010

EL SANTO DE LA GUITARRA Y EL PERSEGUIDOR

Desde el momento en que conocí a Carlos Salcedo Centurión me impresionó como un hombre poseído por una gran obsesión. Esa obsesión, esa fiebre, esa pasión es Agustín Pío Barrios. Antes de la aparición de Salcedo en el escenario cultural y musical de este país, muchos paraguayos sabían, vagamente, que Mangoré había sido un gran guitarrista y que había vivido en su infancia, en San Juan Bautista. Me atrevo a decir que aparte de los concertistas de guitarra clásica, que lo admiraban, Barrios o Nitzuga Mangoré, era poco conocido por el pueblo, más inclinado a admirar a los creadores en música popular. Carlos Salcedo vino a sacudir el árbol de la memoria para que Barrios sea ubicado en el sitial que merece, al lado de otros grandes genios de la música de Paraguay.

Desde el momento en que Salcedo Centurión llega a la patria de sus padres, él nació en los Estados Unidos, comienza a luchar para que renazca el recuerdo de Mangoré. Algunos quedaron tocados por el hechizo de Barrios y su vida aventurera y romántica, otros continuaron tan indiferente como antes.
En Paraguay había no había “Mangoreanos”, que viene a ser como una secta de adoradores de Mangoré, cuyos afanes son: ir descubriendo – para los que lo ignoran - el talento infinito de ese compositor y guitarrista muerto en El Salvador en 1944. Sí existían en ese país, donde vivían sus alumnos, los que compartieron con el Maestro sus últimos años de vida. El Salvador –haciendo honor a su nombre- le tendió la mano cuando él se encontraba enfermo y cansado, en esa tierra Barrios halló apoyo, cariño y ganó la adoración de los discípulos que fueron llegando hasta su humilde casa para aprender los secretos de la guitarra clásica.

Carlos Salcedo seguía avanzando para cumplir sus metas: hacer que Barrios sea reconocido en su país natal, lograr que los tesoros mangoreanos queden aquí, como patrimonio nacional de los paraguayos, escribir su biografía y realizar un filme sobre la vida de Nitzuga Mangoré, autor de más de 200 composiciones para guitarra clásica.
Estos años fueron para Salcedo años de lucha, de insistir, de batallar para que la prensa especializada le diera espacio, años de pelear contra acusaciones infundadas, tiempo perdido para demostrar que, a pesar de ser gringo, no era millonario y que, si se ha embarcado en esa cruzada por Mangoré, lo hizo porque la cree una causa justa, como es evitar que la existencia de un genio como Agustín Pío Barrios cayera en el olvido y mucho menos que lo olvidaran los paraguayos.
Entre tantas iniciativas, llevadas a cabo con la colaboración de amigos contagiados de su pasión, las más conocidas son: la restauración del busto de Agustín Pío Barrios ubicado en el Parque Caballero; la emisión de una estampilla rememorando un aniversario muy importante del fallecimiento del guitarrista y compositor, que el Correo Paraguayo accedió a emitir. Salcedo consiguió que se devolviera una de las guitarras de Barrios, que un folklorista había llevado a su casa “para que no se robe” y que se encuentra actualmente el Museo de la Música, en el Centro Cultural “El Cabildo”. Carlos Salcedo fue caminando hasta San Juan Bautista, Misiones llevando un cuaderno similar al que acostumbraba a llevar Barrios en sus giras, recorriendo el camino inverso que siguió Mangoré en Paraguay, antes de salir al extranjero. En ese cuaderno o álbum, la gente que hablaba con él dejaba una impresión escrita sobre la iniciativa del investigador. Así, demorando varios días, este perseguidor de la historia de Barrios fue conociendo un Paraguay diferente, hablando con personas humildes y sinceras, que muy poco sabían de Mangoré.
Además, este “yanquiguayo” halló pruebas del paso de Barrios por Cuba, rescató programas de los conciertos del Maestro y los trajo para enriquecer el acervo paraguayo sobre el músico. También viajó a Salerno, Italia, tierra donde murió la esposa brasileña de Mangoré, Gloria Silva, allí se entrevistó con descendientes del segundo marido de Silva. Siguiendo la ruta mangoreana, los viajes más importantes que Salcedo hizo son a El Salvador, a Venezuela, al Brasil, a Cuba y en todos ellos encontró huellas dejadas por Barrios que fueron integradas a su investigación.
El aporte de Richard “Rico” Stover, concertista de guitarra y autor del libro “Seis Rayos de Plata”, biografía de Mangoré, es también importantísimo. Stover cayó hace años bajo el hechizo de Barrios, desde entonces se dedicó a difundir su música y a escribir su biografía. Hace muy poco tiempo, en abril de este año, luego de 20 años volvió a editar ese libro, ésta vez en Paraguay, con el mismo título y en una edición muy enriquecida por el aporte del Centro de Proyectos Barrios Mangoré, dirigido por Carlos Salcedo Centurión.
Con el resultado de su “persecución” Salcedo publica en 2007, un libro “Agustín Barrios MANGORE “EL INALCANZABLE”, en una edición de lujo, bilingüe e ilustrada con fotos inéditas hasta entonces y una historia completa de la vida del músico. Proyecto que le fue posible realizar gracias al apoyo decidido de Margarita Morselli, directora del Centro Cultural El Cabildo, quien obtuvo los fondos del Congreso Nacional, necesarios para la publicación del volumen.
El jueves 29 se estrenó en el Salón de Conferencias del Banco Central del Paraguay la película “Santo de la guitarra – la historia fantástica de Agustín Pío Barrios”, corolario –por ahora- de la titánica tarea emprendida por Carlos Salcedo Centurión. Él es el realizador, guionista, director y factotum para la concreción del filme, pero siempre destacó la colaboración valiosísima de cineastas locales como Agu Netto y otros que, sin dudar, lo acompañaron desde el inicio y se brindaron generosamente al proyecto. El Estado paraguayo no ayudó con un céntimo para la concreción de este filme que competirá desde ahora –durante dos años- en el circuito de grandes premios internacionales de cine documental. Carlos Salcedo golpeó todas las puertas de los organismos culturales que hubiesen podido ayudarlo, pero nadie respondió.
El Dr. Carlos Bracamonte, Víctor Urrutia, los hermanos Endrino, todos alumnos de Mangoré son protagonistas del filme, así como un gran amigo de Mangoré: Otto Schleusz –organizador de conciertos de Barrios en Alemania –.
Ellos son ilustres Mangoreanos salvadoreños, ya todos muertos. El último en fallecer fue Urrutia, a los 97 años, el 1º de agsoto de 2010. Salcedo fue avisado del fallecimiento por el Dr. Carlos Payés, mangoreano de ley, que es devoto admirador de Barrios. Payés tiene mucha participación en el documental, allí cuenta que fue él quien hizo conocer a John Williams las composiciones de Mangoré, en sus partituras originales.
SANTO DE LA GUITARRA, LA PELICULA
La película toca la sensibilidad de quien la mira, por su intensa y profunda belleza. Salcedo advirtió que la obra es un homenaje a los músicos y que las escenas de los ángeles – de antología - son un tributo a Tomás Alea, director de cine, cubano.
El último tramo de la vida de Agustín Pío Barrios es el núcleo del filme y es relatado por quienes fueron sus discípulos, ya muy ancianos cuando Salcedo los entrevistó. De allí proviene la riqueza formal y de fondo de esa película. También contiene valiosos testimonios de dos grandes músicos paraguayos, Sila Godoy y Felipe Sosa. El fondo musical es música de Mangoré y solo hay una creación del Maestro Felipe Sosa.
La película es más bien un docudrama, como lo denomina Salcedo, con mucho acierto porque no es un documental frío y técnico, hay en él un hilo narrativo, un eje central, y se puede escuchar la música interna, la de los sentimientos y la emoción.
Los alumnos que conocieron al Maestro, lo recuerdan, dan detalles de lo que fueron sus últimos años y siguen venerándolo. Creo que ningún actor profesional hubiese podido imprimir tanta vibración como la que estos hombres le dan a sus parlamentos.
Los que fueron discípulos de Barrios impresionan por la soledad en que viven, son hombres solos, enfermos, pobres y muy dignos, que lamentaban, aún en el momento de las entrevistas, que su Maestro no haya tenido más fortuna en el mundo artístico. La mayoría de las veces los obstáculos se debían a la envidia de sus colegas, como en el caso de Andrés Segovia, que prohibía a sus alumnos interpretar obras de Agustín Pío Barrios.
Para mi hay, dos escenas, en blanco y negro, dignas del mejor cine. Una de ellas es la de los ángeles, incluyendo el ángel arrodillado que, sencillamente podrían calificarse como inigualables. La otra es la del cementerio de los Ilustres, donde se ve a Bracamonte y a su amigo Otto, caminando lentamente, así como caminan los viejitos, muy despacio, porque no quieren irse todavía.
Lita Pérez Cáceres

viernes, 23 de julio de 2010

ESTHER BALLESTRINO DE CAREAGA

“Te ponemos un pentonaval y te mandamos para arriba” (Frases de los torturadores a los chupados antes de enviarlos a los vuelos de la muerte)
- Che, acá dice que la paraguasha nació en Villeta…
- ¿Qué hay con eso?
- Nada… que me llamó la atención porque allí también nació mi vieja, queda en la orilla del río.
- No me jodás Turco! Ahora resulta que la paraguasha nació cerca de un río y va a morir en otro río ¿viste las vueltas que da la vida?
- Sí, veo, … sabés que me da lástima, la pobre no puede comer ni hablar por la patada que el dio el Ángel en la boca, cuando ella lo escupió, en la sesión del miércoles.
- ¿Ah, si? ¿te da lástima? ¡Mirálo vos al Turco bueno! Ahora tiene lástima de una vieja puta y subversiva ¡No seas boludo! Si alguien escucha lo que decís sos boleta.
- Bueno, quiero decir que como la vieja es de la edad de mi vieja, que también es paraguasha, que se yo, no parece tan jodida como las otras. Ella ya se dio cuenta de lo que le espera, por los preparativos.
- ¿Se dio cuenta? ¿Ya sabe que le vamos a poner un pentonaval y que la vamos a mandar pa´rriba? Bueno, le hubieras pedido que te ponga en su testamento ¡PARA CON ESAS BOLUDECES, QUERÉS! Me hacés hervir la sangre, te lo juro. Esas no merecen ni una mirada de nosotros ¿o te creés que dudarían en meterte un tiro si tienen la oportunidad? Que cosa bárbara… cuando te ponés a decir esas cosas me da miedo porque si alguno de los chanchos se da cuenta, chau vos y chau yo. ¿Trajiste las jeringas?
- Me dieron una nada más, total no se van a contagiar de nada si usan la misma esas turras.
- Ja, ja, ja…claro que son unas turras. Así me gusta Turco.

La puerta del imponente y elegante edificio de la ESMA permanece abierta casi todo el día, como una boca voraz, siempre dispuesta a tragar a quienes se aventuran a entrar por ella. El caminante que pasa por allí ignora que el infierno se encuentra dentro de esas paredes. A nadie se le ocurre pensar que esos coches verdes, Ford Falcon, llevan prisioneros que luego depositan en las entrañas ocultas del local. Mirando desde afuera solo se ve un amplio palacete pintado de blanco con techo de pizarra y mansardas. Allí, supuestamente estudian mecánica los aspirantes. Salen ruidos de martillazos, de música a todo volumen, de agua que sale a mucha presión de las mangueras, todos son sonidos destinados a encubrir los gritos de los presos o chupados, subversivos según la policía y el ejército, que sufren sesiones de tortura en la huevera, cuarto que tiene sus paredes forradas con los cartones que protegen los envases de los huevos, para que no se escuchen los alaridos de los torturados.

En una celda de la zona de capuchas (nombre dado por los represores), Esther recuerda su vida anterior y se prepara para el viaje definitivo. Los prisioneros saben que habrá otro vuelo de la muerte y ella está segura de que le tocará partir. Antes fue una intuición, ahora, una certeza, por los detalles que se van sucediendo: primero, la alimentaron mejor y le permitieron sacarse la capucha y no la han venido a buscar para la sesión en la huevera.

Soy paraguaya, de Villeta, ese pueblo que duerme a la vera del río. Aún puedo recordar el olor a podrido de las aguas cuando traían en su cresta peces muertos, hinchados. Recuerdo al ahogado, a Centú, como si lo estuviera viendo en este momento, sin ojos y con las piernas carcomidas por algún monstruo que vivía en el fondo de las aguas que nos daban de comer y que nos asustaban en las noches de tormenta. Escucho la canción de mi madre cuando recoge la verdolaga para preparar alguna ensaladita para los tres: ella, mi abuelo y yo. Estoy parada en la playa esperando que regrese el abuelo de la pesca y me entretengo con las maripositas verdes que beben el agua de los charcos.

Esther era una gran amiga de Francisco y luego de conocer a Amanda, también se hizo amiga de ella, pero siempre priorizó su tarea política, por lo que tenía más afinidad con él que con ella. Esther y las hermanas Ibarra iban a las reuniones de los febreristas y las veíamos tan seguido que para nosotros, eran como de la familia.
Los paraguayos en el exilio conservaban sus costumbres gregarias, se juntaban, hablaban en guaraní y conspiraban para derrocar al gobierno que los había obligado a dejar la patria.
Esther y Raimundo Careaga se casaron y vivieron muy cerca de nuestra casa, con la madre de Careaga que era la machú de la casa, la verdadera ama de casa. Esther no podía dedicarse a su hogar porque trabajaba mucho, era bioquímica, atendía una farmacia y nunca abandono la militancia política. La mayoría de las reuniones se hacían en su casa, durante el fin de semana, la mama de Careaga cocinaba algún plato típico y el matrimonio dirigía la reunión. Cuando contrajo matrimonio Esther ya había pasado la edad usual para esos compromisos, al menos en aquellos años cuando el fenómeno de los niños de probeta o el de los vientres de alquiler era impensable, por eso la noticia de que estaba embarazada la llenó de alegría, lo mismo sucedió con Careaga. Al poco tiempo de nacer su primera hija, apenas unos meses después quedó embarazada nuevamente y tuvo hasta una tercera hija, a los 50 años, en la etapa que mayoría de las mujeres se quejan de la menopausia. Para Esther sus hijas fueron una bendición y vivía inmensamente feliz al ser madre, feliz de realizarse como mujer, destino de maternidad del que ninguna reniega, por más lucha política en que esté inmersa.
Una vez me invitó a pasar las vacaciones con su familia, en un apartamento alquilado, en Mar del Plata. Me parece verla con una de sus bebas en brazos, hablando con su suegra que, por supuesto, era de la partida, y haciendo programas para salidas a cenar en los restaurantes de la parte céntrica de la ciudad. El departamento no era muy grande y nos acomodamos casi 10 personas, incluyendo las criaturas. Esther tenía el don de saber organizar todo y nadie se quejaba de la falta de espacio, todos gozábamos de esos días de holganza, de aire salobre, de sol y de mar.
. Lo que le sucedió a ella, pasó durante la dictadura militar, en esos años de plomo cuando los asesinatos, las torturas y las desapariciones eran moneda corriente.
Nosotros ya vivíamos en Asunción y no estábamos muy enterados de la siniestra persecución a los guerrilleros y a sus familias. Una noche Francisco regresó del centro y contó que Esther estaba desaparecida. Raimundo, su esposo, la había buscado en todas las comisarías, había hablado con políticos, con las personas influyentes que él había conocido y con todo aquel que pudiera saber el destino de su esposa, pero fue inútil. Ella había militado en la organización de Madres de la Plaza de Mayo.

Una de las hijas del matrimonio, Ana María, estaba de novia con un joven que activaba en una organización política prohibida en ese momento de la dictadura militar. En una ocasión en que debía encontrarse con él, sin saber que el muchacho había sido apresado, ella acudió a la cita.
De ese lugar la secuestró la policía paralela y la “chupó” – termino
utilizado para indicar que desaparecería y que la podrían matar-. Desde ese momento Esther y Raimundo la buscaron sin descanso y hablaron con altos jefes políticos para que movieran influencias y salvaran a la joven de tan solo 17 años. Ana María estaba embarazada. Una de esas llaves que tocaron los padres de Ana María abrió la puerta secreta y liberaron a la jovencita. Podemos imaginar la alegría de la familia al recibir a la hija perdida, los Careaga habían obtenido la visa de Suecia para instalarse allí como refugiados políticos y debían partir en pocos días.
Sus compañeras del grupo de Madres de Plaza de Mayo invitaron a Esther a una misa, ella dijo que iría, esa sería la última actividad que compartiría con el grupo de Madres ya que al día siguiente partiría con su familia rumbo a Suecia. Poco tiempo atrás, se había infiltrado en ese grupo, un joven rubio que aseguró ser el hermano de un desaparecido. Cuando la misa terminaba, con la iglesia llena de familiares de desparecidos, el joven rubio señaló a dos monjas francesas y a Esther. Ellas fueron chupadas por grupos que habían copado las salidas del templo. Después se supo que el delator había sido Aztiz, un marino que integraba las fuerzas de la represión.

La mía fue una infancia feliz mientras duró, después murió mi madre y mi taitá no tuvo coraje para criarme él solo, por eso me regaló a doña Restituta Rejala, la usurera del pueblo. Con ella se terminó el tiempo de mirar mariposas y empezaron mis responsabilidades.
Trabajé cinco años por la comida, yo lavaba, planchaba, cocinaba, regaba las plantas, daba de comer a las gallinas, cebaba el mate de madrugada y masajeaba las piernas cansadas de la abuela Teodora. A cambio tenía casa, comida y tiempo para estudiar. Me propuse ser alguien y lo conseguí. Fui una joven seria y solitaria y cuando me recibí de maestra normal, todo lo que había ahorrado de lo que me pagaban por lavar y planchar la ropa de las ahijadas de doña Restituta, lo gasté en un pasaje para Asunción.
Esther organizó a sus compañeras de trabajo y formó un comité femenino, militó después activamente en el Partido Revolucionarios Febrerista y tuvo que irse del país porque sus ideas políticas ponían en peligro su libertad. Hasta hoy viven algunos de aquellos que fueron mozos entonces y que solicitaron su ayuda cuando se sintieron perseguidos.
Una vez presa no tuvo la suerte de su hija, ella nunca más apareció. De acuerdo a testimonios de algunos prisioneros sobrevivientes, se supo, luego de caída la dictadura militar, que ella había estado prisionera en la ESMA (Escuela Superior de Mecánica de la Armada), en una sección llamada “capucha”, junto a las dos monjas francesas capturadas el mismo día en la Iglesia de la Santa Cruz, y con otro grupo de familiares de desaparecidos. No duraron mucho en ese lugar, en menos de un mes, se les dio la dosis de pentonaval (droga que los sedaba) las subieron a un avión y las enviaron a lo que -entre los represores- denominaban vuelos de la muerte. Los cuerpos eran arrojados desde el aire al Río de la Plata y caían, a veces en el agua y otras no.
Fue así que un grupo de esos prisioneros caídos cerca de la localidad de General Lavalle tuvieron el destino de ser enterrados en una fosa común del cementerio de esa población. Muchos años después, cuando se iniciaron las investigaciones sobre las atrocidades cometidas por los militares, esos restos enterrados en Gral. Lavalle fueron exhumados y se comprobó que habían pertenecido, un grupo, a Esther Ballestrino de Careaga. Hoy, ella duerme en paz en el jardín de la Iglesia de la Santa Cruz.
Es un círculo el de mi vida, un círculo perfecto. Mi cuerpo, comido por los peces del caudaloso torrente no siente nada, ya estoy muerta. He sido devuelta a las aguas, porque de ellas salí cuando nací. Mi espíritu ha reconocido el viejo camino y sobre las aguas marrones, profundas y vitales, quise volar al norte, hasta el punto donde se encuentran el Paraná y el Paraguay, nuestras aguas madres. He llegado por fín.
Las fuerzas policiales de la dictadura la habían asesinado pero no pudieron borrar a Esther de nuestra memoria, ella sigue alentando en nuestros recuerdos.

domingo, 27 de junio de 2010

Así comenzaba mi novela

Visto y considerando que he perdido como en la guerra- en el concurso Roa Bastos- les regalo a mis seguidores, este trozo de la última novela que escribí


HUMBERTO Y AMANDA

Paraguay, 1965-1990
Hubo días en que el hambre acechaba. Ella, que nunca perdió las esperanzas, buscaba en silencio y en la oscuridad, sus dedos sabían más que sus ojos. Todos los bolsillos pasaban por aquel registro suave y ansioso. Ella conocía escondites secretos, en medias, en latas vacías, detrás de algún libro … y cuando todo sonaba hueco, cuando el espacio recorrido por la mano no brindaba nada, ni un billete gastado y sucio, cuando
el alba amenazaba iluminar un fogón apagado, ella rezaba. Rezaba con desesperación, machacaba las oraciones y las lanzaba al cielo indiferente.
Todos dormían en la casa y podía llorar a gusto, pero tenía ganas de gritar hasta quedar sin voz, sin hambre, sin responsabilidades. Al cabo de un tiempo no le quedaba otro camino que peinarse, tomar el bolso y caminar - acompañada por sus perros – hasta la despensa del coreano a pedirle leche, galleta, café, a suplicarle que le fiara otra vez. Lo pedía con tanta dignidad.
A su regreso encendía el carbón, ponía la pava para calentar agua y cebaba el café, después hervía la leche y colocaba sobre la mesa las dos únicas tazas sanas que le quedaban de una mermada y humilde vajilla y después… se sentaba a esperar. Esperaba que el aroma del café despertara a los durmientes, esperaba escuchar sus voces y se sentía muy feliz cuando ellos podían desayunar sin saber cuánto le había costado conseguir que ese milagro cotidiano volviera producirse. Ella era una santa. Ella, era mi madre.

Buenos Aires -1947-1965
El podía reír desde la mañana hasta la noche, él inventaba palabras para uso exclusivo de la familia, él nos enseñó a soñar, a despreciar las apariencias, a vivir en libertad.
Su solidaridad podía molestarnos. Cuántas veces nuestra casa parecía un palomar lleno de gente extraña. Eran seres delgados, silenciosos y tímidos que aceptaban la hospitalidad mucho tiempo más allá de lo prudente y educado. Esa gente llegaba desde aquel mítico país que no conocíamos, con el olor del miedo que aún no habían superado; esos hombres que apenas hablaban en castellano, miraban pasar las horas y se preguntaban qué harían en esa ciudad tan grande, desconocida y llena de sonidos y olores incomprensibles para ellos, acostumbrados al perfume a flor de coco en el verano y a tierra mojada cuando llovía, allá, en el Paraguay cada vez más añorado. Él les hablaba, les ayudaba a recuperar la confianza, les conseguía trabajo y los alojaba en nuestra casa hasta que podían valerse por sus propias fuerzas para salir a pelear la vida.
Él nos contaba historias increíbles, nos invitaba a entrar en sus locos y osados proyectos y lograba hacernos olvidar la pobreza y las deudas. Él nos hacía sentir reyes y reinas. Él era un mago, él era mi padre.
Los dos se animaron a formar una familia, pero a la manera que pudieron, lejos de tabues familiares y de reglas impuestas por la tradición y por un cerrado fanatismo religioso. Los cincos hijos de Humberto y Amanda (desde ahora Chiquita) les agradecemos el hecho de habernos formado totalmente libres de imposiciones católicas. Crecimos sin saber lo qué era pecado. Gracias, mil veces gracias por eso, papá y mamá.

miércoles, 16 de junio de 2010

Viaje a Formosa

Lo único conocido de Formosa eran esas amplias avenidas de la periferia que cruzábamos insomnes cuando regesábamos de algún viaje a Buenos Aires. O la visión de tierra caliente, sin pasto casi, en algún mediodía en el que pasábamos por allí camino a Resistencia. Por eso ver la costanera formoseña, el sábado 12, el mismo día en el que la selección argentina ganó su primer partido en el Mundial, fue una sorpresa muy agradable.
Nos hospedamos en un hotel muy lujoso cuyos pisos brillaban y con cuartos confortables, con todas las comodidades que puede ofrecer un hotel de primera. Los escritores formoseños nos aguardaban para llevarnos a compartir un almuerzo con ellos. Bajamos y contemplamos el edificio de la municipalidad formoseña, que demostraba haber sido antes la última estación de un tren que llegaba hasta el confín norteño de una república que privilegiaba a su capital gigante y voraz. El rio, manso, el Paraguay corría paralelo a la avenida costanera. La delegación estaba compuesta por gente sabia y pensante, pero nadie pudo dejar de envidiar a lso laboriosos formoseños que ya tenían su costanera.
El lugar concita la presesncia de la gente, es bello y apacible, con esculturas en la ancha avenida que termina allí, como una flecha. Ojo, esas avenidas con camellones amplios, bien empastados, escalinatas y bancos que invitan a reposar, también fueron fruto de comentarios ¿Porque no tendremos algo así en Asunción?
Por la noche comprobamso qeu la invitación apresentar nuestros libros no había sido de puro voulez vous. Nos dieron todo el tiempo del mundo y fuimos honrados con la presencia de la consulesa paraguaya, el secretario de cultura de la gobernación de formosa, entre otras personalidades que nos prestaron su atención.
Buena por los formoseños, buena por Fernando Pistilli que inició esta relación tan fructífera. Ahora la pelota está en nuestra cancha, ojalá los recibamos de igual manera.

viernes, 4 de junio de 2010

Una lectura intensa

MAMÁ – de Joyce Carol Oates

Editorial ALFAGUARA – 480 páginas – Edición 2009

Muchos lectores que se apasionan por un autor buscan incansablemente sus obras, lo siguen por sus noticias en la prensa o en Internet, saben de su vida privada y leen con minuciosidad sus libros para encontrar la urdimbre secreta sobre al cual ha trabajado el creador de esa ficción. Como en aquella película Misery, basada en la obra de Stephen King, los lectores somos como la demente mujer que secuestra a su autor preferido y prefiere matarlo antes que darle la libertad.
Los que nos animamos a entrar en el laberinto de las palabras, en el encadenamiento de las mismas para lograr un oración coherente y atractiva, nos creemos dueños del texto, amos del escritor y hasta pensamos – pensamientos inconfesados- que también nosotros hemos participado en la creación de ese volumen cuya lectura nos apartó de la Tierra y nos sumergió en mundos desconocidos. Deben convenir conmigo en que hay lectores locos ¿o no?
Eso me pasó con Joyce Carol Oates. En unas vacaciones, en Montevideo compré un libro voluminoso, Blonde, meses antes había leído el comentario en el suplemento de Clarín y solo me bastó ver la foto de Marilyn en la tapa para que mi deseo de leerlo fuera superior a cualquier otro. No es una biografía en el sentido literal de la palabra, Joyce lo deja claro al final cuando escribe que los que quieran leer datos fidedignos sobre el personaje, que recurran a una biografía. Confieso que me sentí defraudada, pensaba adueñarme de los datos, totalmente inéditos para mí, pero con esa advertencia ya no podría alardear ante nadie. Hace unos 6 meses tuve acceso a una nota sobre Joyce Carol Oates – muy extensa- en la cual contaban su vida y se mencionaba una de sus últimas obras “La hija del sepulturero”, candidata a ganar el Premio Nacional de Literatura en Estados Unidos. Leí esa novela y la comenté – me conmocionó – quedé más fan que nunca de esa autora. Ahora, luego de leer Mamá, puedo decir que comprendo a Joyce y que he descubierto qué es verdad recreada en sus obras y qué es ficción. Si yo tuviera razón y si mi análisis fuera certero, me sentiría en la gloria porque Mamá es un canto al amor filial, es una tarea que exige ir desenredando esa madeja de afectos que crean un encaje, un encaje secreto que cada familia guarda para sí misma y no lo delata a ningún extraño.
Gwen, la madre de Kitty y de Clare, es asesinada. Esa muerte tan abrupta y tan inesperada obliga a sus hijas a recorrer el largo sendero del duelo. Durante la jornada van descubriendo a otra Gwen y cada hija toma un camino diferente pero sin desatar ese lazo indestructible que formó el amor que recibieron de su madre.
Mamá es una novela de emociones, no creo que la mente, tan lógica de los hombres, pueda comprenderla a cabalidad. Podrían juzgarla como liviana. Para las mujeres, sean madres o no, leerla es un shock, un terremoto durante el cual caen las estanterías con clichés tan arduamente armados, es un descubrimiento que nos deja desnudas y a la intemperie.
Las madres no deben tener pasado, las madres deben ser santas, las madres deben ser perfectas, hacendosas, pulcras, buenas al extremo y tiernas, tolerantes, sumisas, discretas y quien sabe cuantas exigencias más hemos puestos sobre sus hombros desde que la sociedad civilizada las obligó a desempeñar un rol secundario, la confinó a la casa para educar a los hijos y para mantener encendido el fuego sagrado del hogar.
Las madres debían ser resignadas – como dice una canción de autor paraguayo – en tanto los hombres deben luchar y matar por la libertad, por la patria, cumpliendo gestas heroicas.
Por eso esta novela es diferente, porque Gwen, nacida en la década de los 40 y cumplidora de todos los preceptos que debe honrar una buena ama de casa ocultó sus verdaderos deseos durante años. Tuvo momentos de desesperación y se sobrepuso sola, lamiéndose las heridas en la soledad de una casa madera y estuco, en un barrio de clase media, con un marido comprensivo y tolerante y muy dependiente de la opinión ajena.
Por ese motivo tiene que pasar más de un año para que su hija soltera acepte la Gwen oculta y la comprenda, para que ella misma se perdone y deje que Gwen se marche en paz.

sábado, 29 de mayo de 2010

EN MEMORIA DE OSCAR FERREIRO




El 20 de julio se cumplirá otro aniversario más del nacimiento de Oscar Ferreiro, poeta. El de poeta, era el título que ostentaba con más orgullo. Y en su vida fecunda de versos, hijos, amores y luchas por la libertad, empuñó el verbo con la misma energía con que manejaba el teodolito para tomar las medidas de su patria, el ancho y el largo de su tierra roja y apasionada.
Nacido en la ribereña ciudad de Pilar, su patria chica que añoró tanto y en la que deseó descansar para siempre, Oscar Ferreiro honró también sus raíces vacas y bautizó a su casa en San Lorenzo con el apellido de sus antepasados Etche Mendiondo.
Quienes tuvimos la fortuna de conocerlo lo recordamos como un charlista brillante, ocupado y preocupado por los temas sociales porque Oscar fue un idealista, siempre actuó impulsado por el sueño de ver una América libre de yugos imperialistas.
Lector insaciable, Oscar conocía estadísticas y palpaba realidades que, muchas veces las contradecían. Como un incansable caminador fue hallando en sus andanzas vestigios de civilizaciones indígenas que poblaron el Paraguay antes de la llegada de los españoles y él se dedicó a preservar esas pruebas palpables de la vida que llevaban nuestros ancestros.
Oscar era muy curioso y experto en artes varias que tanto podían referirse a las altas matemáticas como a ciencias más pedestres y comunes, como la quiromancia, por ejemplo. Ferreiro investigaba el pasado y avizoraba el futuro, juzgaba y condenaba a quienes mantenían a Paraguay en un estado de postración y miseria y no desperdiciaba ocasión para hacer conocer sus ideas, ya fuera una tertulia o la presentación de un poemario.
Como poeta su producción fue muy cuidada y breve, los críticos le pedían que publicara más, pero él había preferido dar a conocer solo lo que consideraba de calidad y no se preocupaba por la cantidad. Los oficios terrestres demandaban mucho tiempo de su vida y la poesía se portaba como una novia esquiva a quien podía frecuentar solo de tanto en tanto, pero cuando lo hacía saltaban chispas de esa relación y el humilde trabajador de las letras se convertía en un excelente poeta surrealista.
Su tiempo de vida se ha cumplido y desde hace unos años hemos comenzado a extrañarlo y a recordarlo cada vez que un San Juan se festeja en la Chacarita o el gallo de una alquería lanza su saludo, llamándolo todas las mañanas.

Lita Pérez Cáceres
www.plumaypalabras.com.py Julio de 2007

ABUELAS IMAGINARIAS


ESTE ES UN CAPITULO DE UNA NUEVA NOVELA QUE SALDRÁ PROXIMAMENTE.

Cuando me visitan las musas no desaprovecho el tiempo que me brindan. Anoto todo lo que me dicen y lo copio después en algunos de los textos que he publicado. Si vienen por las tardes, las convido con cocido y coquitos, si vienen por la mañana e interrumpen mi trabajo oficial, trato de escribir, a escondidas, lo que ellas me dictan. Pocas veces las atiendo cuando llegan de noche, soy una mujer normal que me levanto temprano y me acuesto ídem, no puedo andar trasnochando encerrada en mi estudio charlando con esas alocadas y desprejuiciadas musas. Bueno, en el fondo me hubiese gustado ser tan libre como George Sand, participar en cenáculos, tener grandes pasiones y vivir discutiendo teorías en los cafés llenos de humo, sentada junto a midinettes y cocottes, pero soy de un siglo ramplón, lleno de normas que pocas veces me animé a romper. Por eso va este capítulo que me acaban de regalar.
Omaria era mi abuela paterna, ella había venido en el vientre de su madre, desde Siria y se sentía tan argentina como la que más. Casada con Néstor, mi abuelo carnicero, se sentaba frente a la caja del puesto que tenían en el Mercado de Abasto y, desde allí atendía las cuentas y las deudas con ojos escrutadores, que podían ser muy conquistadores cuando ella quería. Vestida con una especie de túnica envolvente que iba desde el cabello negro y enrulado hasta sus rodillas, dándole un aura de celestial, a Omaria no la rozaban las miserias ni las groserías de ese ambiente. Ella era una mujer estatuaria, de cejas tupidas y bien formadas, ojos del color del tiempo – a veces azules y a veces verdes o color miel- de físico grande, caderas rotundas y pechos ubérrimos, Omaria reflejaba abundancia por todos los poros. El abuelo era pequeñito, menudo y muy bueno, pero murió muy joven.
Giselle, mi abuela materna, era muy chiquita, bajita y muy movediza. No recuerdo haberla visto quieta durante mucho tiempo, creo que escribía de noche, cuando todos dormíamos. Se encerraba en el cuarto del lavado, con un cuaderno de 100 hojas, un lápiz de punta fina y la radio portátil; de ese cuarto salían su voz, sus risas, en ocasiones, su llanto. Mi abuela Giselle era escritora y vidente, ella veía todo lo que escribía y sufría cuando sus protagonistas sufrían, se condolía de las penas de sus criaturas como si fueses sus hijas... en realidad lo eran. Mi abuela Giselle cuyo verdadero nombre era Dora, había inventado y adoptado el de Giselle para escribir cuentos de amor y novelitas cortas para una revista femenina y ganaba su buena plata con esa actividad. A nosotras no nos dejaba leer nada de lo que hacía pero cuando pasaba sus borradores a máquina, en la máquina de escribir del abuelo Pedro Juan, yo solía pispar. Aprovechaba cuando ella iba al baño y leía de un tirón esos romances llenos de pasiones atormentadas, con malvadas que querían desbaratar la hermosa relación entre el muchacho bueno y la chica hermosa. Años después me di cuenta de que el filón que había encontrado mi abuela Giselle era el mismo de Delly y el de Corín Tellado. Las historias de amor siempre tienen público.
Dorita era su nombre real y Giselle adivinó que ese nombre y su apellido terminado en doble n, la ubicarían eternamente en el parnaso de las judías. Si, mi abuela Dorita era judía, pero abjuraba de la fe de sus mayores, de sus costumbres y de sus tradiciones. Cuando se casó con el goy de mi abuelo la echaron de familia sin un peso y sin un vestido, sus padres eran inflexibles. Ella odiaba las mercerías y las sinagogas, solo tuvo tres hijas por mandato de mi abuelo que quería verla en la casa, por lo menos, durante la lactancia de las nenas. Mi abuelo fue escribano, era muy recto y muy alto, a su lado mi abuela parecía una palomita. Él la amó muchísimo y la protegió hasta de ella misma, pero siempre le dio mucha libertad, confiaba en ella. Mi madre salió igualita a la familia de mi abuelo: seria, alta y muy noble. Pero no tenía esas gracias de mi abuelita Giselle.
Giselle era muy creativa y cuando quería, se vestía como una de sus heroínas románticas, se cortaba el pelo a la garzón y lo llevaba aplastado sobre la frente, que con los anteojitos de marco redondo le daban el aspecto de un muchachito precoz; si era invierno se ponías medias de lana, negras y gruesas, polleras largas hasta el tobillo, y se maquillaba mucho o nada, de acuerdo al gusto del personaje. Porque ella vivía lo que escribía, hacia las voces de los personajes y necesitaba sentir como ellos. Nosotros estábamos acostumbrados y ya nada nos sorprendía. A veces nos hablaba en francés y mis hermanos y yo solo respondíamos ouí, porque así nos había enseñado
Una vez nos dejo con la boca abierta a la hora del almuerzo y ¡para colmo!, sin comida preparada porque no había venido doña Salustiana que era la esclava de la casa. No miento cuando digo esclava porque, pese a que ganaba dinero por realizar todos los trabajos domésticos, vivía pendiente de los caprichos de mi abuela que interrumpía su trabajo y la enviaba a espiar a la vecina que tenia una pensión, solo para saber a que hora había llegado el pensionista poeta que allí posaba. Giselle se había inspirado en él para uno de sus romances. Otras veces, cuando Salus paraba a descansar un ratito y se ponía a escuchar su radioteatro preferido, Giselle la enviaba a pedir prestada la peluca rubia de su comadre que vivía a tres cuadras. Estoy escribiendo sobre una pobre prostituta que se enamora de un cliente y él se enamora de su hija que no sabe cual es el trabajo de su madre, explicaba a Salus y ella, quedaba embobada escuchando, las historias de Giselle le gustaban más que las de Nené Cascallar.
Dije que nos dejó sin comida a mis hermanos y a mí porque ella estaba esperando una idea, una ayuda de sus musas y se olvidó de cocinar. Entonces, en lugar de llorar de hambre como una mendiga del siglo 19, anuncié –Hoy viene de visita abuelita Omaria.
Giselle salió de su ensimismamiento y volvió a la “nave madre” ¿Qué decís?
-Que hoy hable por teléfono con abuela Omaria y me dijo que estaría por aquí para ver si necesitamos algo.
-¡Ayyy! Que va a ser de mi! ¡Recién me lo decís? No tenés compasión – Giselle gemía como en una sala de parto hasta que una de las musas le soplo al oído alguna idea y fue hasta el teléfono para da ordenes.
- Hola ¿con la pizzería? mándeme 2 de mozzarella con anchoas – luego
de ver la cara de mi hermanita menor – no, mejor una simple, de mozzarella y otra con anchoas. Vos – me dijo a mi - arregla esta sala lo mejor que puedas y ustedes hagan sus camas. Esto es una emergencia, justo hoy que Salustiana no vino, viene la inspectora, la perfecta.
Si bien nunca habían discutido delante de nosotros y se trataban muy diplomáticamente, la guerra entre las dos abuelas estaba tácitamente declarada. Omaria era la abuela nutritiva y cuidadosa, responsable de sus deberes, dedicada a sus nietos en cuerpo y alma y capaz de todos los sacrificios con tal de vernos felices. Hasta de pasar los fines de semana sin Onésimo, su amante, si algunos de nosotros le pedía que nos llevara al cine. En esos tiempos el abuelo Néstor ya había muerto y ella no pudo acostumbrarse al lecho frío y ancho. Su relación con Onésimo era estable. El le daba lo que ella necesitaba para no sentirse tan sola.
En la otra esquina, como en un match de box, se sentaba mi abuela Giselle, la intelectual, la sensible, pero inútil. Ella no hubiese sacrificado su valioso tiempo de inspiración para salir a tomar un helado con nosotros, o dejar de escribir para cocinar algo rico o para enseñarnos a bordar – como hacia Omaria.
Giselle no era para nada una abuela normal pero la amábamos porque nos daba mucha libertad. Y cuando interpretaba sus novelitas o algún dialogo entre los amantes, todo era superlativamente bueno. Con ella nunca nos aburríamos. Eso si, su juego preferido consistía en asustarnos, si, a nosotros, tres tiernas criaturitas sin padres (habían viajado). Ella nos llevaba siempre al cine, los martes, días de películas de terror; Giselle nos empachó con Drácula y con Frankestein y eso nos sirvió toda la vida. A mi, por ejemplo, para detectar a la gente con rasgos de vampiros que en la vida real se portaban como unos aprovechados y a mi hermanita Anabel, para desmayarse cada vez que veía una gota de sangre. Mediante esa fobia consiguió marido, el químico que le hacía los exámenes laboratoriales. A mi hermano no le sirvió para nada útil, pero le quedó el gusto por todo lo gótico.
La disputa por cuidarnos durante los meses que duraría la ausencia de nuestros padres se desarrolló en todos los campos, menos en los de batalla. Para Giselle era una cuestión de honor, nos quería mucho y si perdía frente a su rival quedaría como una abuela inservible. Si no había sido una madre judía estaba decidida a ser una abuela judía. Omaria era más alta y más robusta pero menos astuta, y perdió. Para ella, tenernos hubiese sido como revivir, su destino de madre de un solo hijo la hizo sufrir el síndrome del nido vacío desde que mi padre se fue a vivir con mi madre, y nunca pudo recuperar su identidad materna, ella nos necesitaba pero se conformaba.
Esa tarde de la visita de la abuela Omaria, Giselle estaba como sobre ascuas, había enviado un cuento a un concurso y era el día en que darían a conocer el resultado. Normalmente nos hubiera enviado a la plaza con Salus, para poder salir tranquila a tomar un te en una confitería del centro, sola, a rezar para ganar el concurso. Omaria le fundió el programa
Giselle se sentó en la sala con una carpetita de crochet en las manos, la había comenzado cuando mis padres viajaron y nunca más la tejió, solo cuando Omaria anunciaba su presencia ella recordaba que alguna tarea doméstica sabía hacer y volvía a la carpetita. Nosotras, luego de la pizza, estábamos satisfechas y aguardábamos el postre que, seguramente traería la otra abuela, la dulcera.
En tanto aguardábamos, Giselle preguntaba cómo nos iba en la escuela y que habíamos aprendido últimamente. En cuanto podía, nos contaba alguna travesura suya en sus tiempos de colegiala, nos reíamos con ella y Omaria solía encontrarnos de muy buen humor. Ambas abuelas tomaban el te con gestos muy educados, eran actrices aficionadas que interpretaban sus roles mejor que muchas actrices conocidas. Hasta que, al oscurecer, cuando ya las nubes de las seis comenzaban a enturbiar el cielo del otoño porteño, Omaria se preparaba para ir a su casa. Giselle, a estas alturas se sentía mas tranquila, la abuela Omaria no nos llevaría con ella al lejano barrio donde tenia una quinta llena de árboles frutales. Al despedirse, se daban abrazos muy cordiales y, las dos quedaban con la satisfacción del deber cumplido.
En esos meses de ausencia de mis padres, yo aprendí a maquillarme con toda la batería de afeites de Giselle. Ella no se enojaba si yo permanecía en silencio, mirando como se transformaba. Además me inculcaba reglas de belleza que me ayudan hasta hoy, como mantener el cutis limpio, acariciarlo con cremas limpiadoras y luego humectarlo con sustancias naturales, como el rocío que quedaba preso de los pétalos de las rosas del jardín o el líquido que vivía en el interior de las carnosas hojas del aloe.
Giselle, cuando adoptaba su personalidad de escritora se sentía libre de vestirse como se le daba la gana. Una tarde debía concurrir a una reunión con las chicas de EPA (Escritoras Pasionales Argentinas) y, como había estado leyendo sobre la vida de una escritora judía, nacida en Kiev y muerta en un campo de concentración luego de ser capturada en una provincia francesa, mi abuela Giselle decidió vestirse a la moda de 1941. Se puso un vestido de jersey negro, que había sido de su madre y le caía hasta los tobillos; se calzó mis zapatos Guillermina y transformó una gorra tejida de color rosa en una sombrerito coqueto atravesado por una pluma tornasolada del loro Epaminondas – loro sagrado de mi abuelo- y, con varias vueltas de collares de perlas falsas y muchas ojeras artificiales, partió rumbo al te de las consocias de tan respetable club de escritoras.
A su vuelta la oí comentar que Melina Di Tore había sido la única en criticar su atuendo, pero mi abuela había respondido que “Una escritora es una artista y puede vestirse como quiera”.
Hasta hoy añoro aquellos días con mi abuelita Giselle.

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miércoles, 19 de mayo de 2010

Diego Sánchez Haase - retrato de un artista


ANIMAL DE RADIO Y DE TV

DIEGO SANCHEZ HAASE - Retrato de un artista

El martes 18 de mayo, el maestro Diego Sánchez Haase cumplió 40 años y lo festejó brindando un concierto magnífico, en el que, por supuesto, incluyó obras de Juan Sebastián Bach, el compositor más ilustre de la música barroca muy admirado por Sánchez Haase. Este regalo homenaje – fue regalo para el público y un homenaje al Maestro- estuvo muy concurrido por cierto y tuvo lugar en el Auditorio del Amba`y de la Universidad del Norte. En esa casa de estudios Sánchez Haase se desempeña como director de la orquesta de la Uninorte –creada por él- y ocupa un alto cargo en la Facultad de Post grado.
Antes de que la música iniciara su embrujo, fue proyectado un video sobre la vida de Diego. En el mismo pudimos verlo sonriente, mirando la cámara fotográfica cuando aún era un niño, en la escuela Don Bosco de Villarrica. Lo vimos tocando el arpa, primer instrumento que eligió para expresarse musicalmente, observamos a su madre hablando de él, de su Diego, el hijo que pudo cumplir sus sueños de infancia y ser un gran músico como se lo había propuesto desde que se sintió invadido por las notas. La quieta ciudad guaireña desfiló con sus calles tradicionales y Diego volvió sobre sus pasos hasta la escuela donde aprendió sus primeras letras, cuando era un alumnito de primer grado. Entre los valores que Diego Sánchez Haase agradeció a sus padres habérselos inculcado, se encuentran la sencillez, la honradez y, aunque no lo enumeró, pienso que también de ellos supo lo que era el agradecimiento, por eso es que compuso un tema al Karumbé – “vehículo” que usan los extranjeros que llegamos hasta la terminal de ómnibus de Villarrica y que también es uno de los preferidos por los hermanos gua í.
Al terminar el video habló el Maestro Sánchez Haase y además de agradecer a sus padres, a su esposa –música como él, que lo miró arrobada desde el coro cuando él dirigía – y a sus profesores, tuvo unas palabras muy reveladoras para los músicos de su orquesta “que soportan mis estallidos de furia cuando algo no sale bien y comparten mis alegrías cuando todo está bien hecho”. Ese párrafo especial lo desnudó como un apasionado perfeccionista que no se da tregua a si mismo y tampoco a los de su equipo porque sabe que pueden dar más y más, hasta el límite que él imponga
Sánchez Haase se presentó como el resultado de la educación que le brindó su familia, su padre haciéndole escuchar los conciertos y aclarando sus dudas y su madre que le dio su bendición cuando comprobó que no había otro destino para él sino la música. Ellos le dijeron que amara las cosas sencillas, que debía alejarse de las vanidades y de los oropeles y que lo mejor para una persona es ser auténtica.
Ese Diego es la perfecta armonía entre la disciplina germana por vía materna y de la pasión paraguaya, por el padre. Escuchar un concierto dirigido por él es como entrar en otro mundo y si nos lleva a la música barroca, es visitar el paraíso.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Analfabetos informáticos

Tomando como punto de partida la llamada de una amiga, escritora muy culta, he decidido confesar que comparto con ella una gran ignorancia referente a los secretos del mundo internautico. Apenas sabemos, las dos y muchas más,realizar las operaciones más comunes, como usar el procesador de textos, responder el correo, enviar algunas fotos aplicando el método de error, eror y FINALMENTE el éxito (pasos que olvidamos apenas nos levantamos de la silla). Estoy segura que si dominamos la lengua castellana, con sus giros y modernidades varias, tambien estamos capacitadas para sacar partido de esta máquina maravillosa que es el ordenador, jhei los espñoles kuera.
Si acudimos a nuestros hijos o nietos, vemos que sus dedos vuelan y tocan teclas o puntos G de la maldita y rebelde computadora y consiguen lo que quieren en milésimas de segundos. Es inutil pedirles que vayan más lentamente, que nuestras neuronas artríticas entienden pero con retardo, ellos están siempre muy apurados, porque ... es la vida que los alcanza. También hay jovencitas y joventcitos con buena voluntad, pero no pueden aguardar a que nuestras mentes archiven esos nuevso conocimientos y no les den delete. Es una lucha y pretendemso ir venciendo batalla a batalla, seremos lentas pero seguras. Nada es imposible para quien ha creado mundos y personas, seres que recorren el mundo desde las páginas que creamos. Ya les iré contando nuestros progresos.

Aviso importante

Personas inescrupulosas están solicitando dinero a quienes desean acceder a este blog.
Les informe que el servicio es totalmente gratuito, y pueden ingresar las veces que lo necesiten.

Lita Pérez Cáceres

jueves, 18 de febrero de 2010

COMENTARIO DE LIBRO

La hija del sepulturero
La hija del sepulturero - Joyce Carol Oates
Alfaguara - 2009

Un drama terrible, sucedido en un desconocido pueblito americano pone
a Rebecca Schwart en primer plano, es la única de su familia que
sigue viviendo en ese lugar donde todo le recuerda que su padre
mató a su madre y luego se mató a sí mismo. Luego aparece la
salvación en la persona de un sujeto que la hechiza por su poder y por
su pasión. De su matrimonio con ese hombre nace un hijo y con él, el
despertar de Rebecca que logra ver su realidad sin el velo del amor.
Cuando ella escapa de su marido se inicia el segundo drama y Oates nos
transporta en la mochila de Rebecca, hasta el final.
Rebecca está destinada a ser una fugitiva y, como tal, debe
amoldarse a las diferentes circunstancias que su destino le pone
delante. Es un reto casi imposible de vencer, no
obstante, ella tiene un hijo y el deber de protegerlo la empuja a
ser creativa, a intensificar su poder de observación, a manipular a
quienes desconocen su historia y así llega a darle una educación
esmerada y una oportunidad para que su talento brille y triunfe.
Este es un libro que habla de desarraigos, una obra conmovedora, es la
saga de una familia que no encuentra su lugar en el mundo hostil y
discriminatorio contra los inmigrantes, olvidando que todos, alguna
vez, lo fuimos.
Joyce Carol Oates no elige seres débiles ni mediocres para hacerlos héroes
de sus historias, antes bien, son sobrevivientes decididos a todo para
aferrarse a esto que se llama vida. Rebecca Schwart es hija de una
familia de inmigrantes que llegan al puerto de Nueva York el día que
ella hace su entrada a este mundo. Sus padres saben que deberán
amoldarse a una nueva sociedad, a un nuevo idioma y a reglas extrañas,
saben que el pasado quedó, inevitablemente atrás y comienzan a vivir
en una sociedad profundamente discriminante, que aborrece todo lo
extraño y denigra a los raros. Los padres y los hermanos de Rebecca
viven o transcurren, en los límites del cementerio de un pueblo sin
importancia, como tantos otros. Pero están últimos en la escala
social y eso hace mella en los padres de Rebecca que ya nunca más se
verán a si mismos como el profesor de matemáticas y la cantante
lírica que fueron. Jacob y Anna se sumergen en un proceso de
bestialización. Dejan de tener sueños, solo pretenden durar lo más que
puedan.
Los hijos varones llegan a la confrontación con el padre, que ya
presentaba un proceso avanzado de alienación, y resuelven el
conflicto marchándose. A ellos los perdió la falta de cuidados, de amor, de abrazos.
Es tanta la fuerza de ese personaje, es tan grande su determinación de
salvarse de un destino que le aparecía como inevitable, que arrastra
al lector en su huída, lo hace cómplice de sus trampas y de sus
mentiras, creadas solamente para escapar a la muerte personificada en
un hombre cruel que le parece la reencarnación de su
padre. Como en aquellas inolvidables tragedias griegas, en La hija del
sepulturero, Joyce Carol Oates, pone los mismos elementos. Hay amor,
miedo al amor, hay odio y resentimiento, hay desprecio y compasión,
ansias de superación, pasión. No es una novela rosa, es negra, con
negros intensos que llevan a apreciar mucho los escasos momentos de
belleza que ofrece.
El estilo de Oates cambia siempre, en momentos parece tener el ritmo
del trotar de un perro gigante que huye de los hombres, un perro que
habla consigo mismo y así nos enteramos de sus planes. En otras
páginas las palabras surgen como las huellas de una serpiente que se
arrastra sigilosa para que sus enemigos no la descubran. El personaje
central opaca al coro, los otros, que también sufren y odian, y solo
sirven como complemento, como utilería que debe destacar el desempeño
de la prima donna.
En este libro donde la muerte está siempre presente, la autora somete
al lector a una tensión dramática que se convierte en una adicción.
El estilo vertiginoso de Oates convierten las 682 páginas en un festín.
O mejor, en una carrera hasta esa página final que los deja al borde un abismo, porque es totalmente inesperado, mucho más que sorprendente y hasta se podría decir que
contienen cierta ternura, cierta laxitud que se apodera de la
protagonista: Rebecca Schwart, descanso que nos permite tener tiempo para suspirar y para añorarla, inmediatamente.

domingo, 14 de febrero de 2010

De Ana, mi hija, para su abuelo.

I was walking alone down Palma street when I ran into my grandfather Humberto Pérez Cáceres. He invited me to have a snack at Lido’s bar an have a conversation because it had been a long time since the last time I have seen him. When we got to the bar and after we ordered our snacks, I asked my grandfather if he could tell me again why he was called the father of the modern journalism in Paraguay.
As modest as he was, he said he did not considered himself with that title. He said “I just wanted my country to be at the same or over the level of the others Latin countries”.
Then, he told me how he found out about newspaper’s machines and how he got into contact with Zuccolillo. But, the most amazing and my favourite part of the story, was how he trained the future staff of abc newspaper and that one of the young soldiers let` say, caught his attention. This young man, was Helio Vera. My grandfather said that he new from the beginning that Helio Vera was going was to succeed in journalism. Fortunately , he was right. When Helio`s subject was finished, the story, the story of abc foundation came to its end too and my grandfather said that he could also predict my future. But, when he was going to tell me his prediction, I was suddenly sitting at my desk in my house with several books of famous writers in front of me. After a couple of minutes I realized that I dreamed what I always wanted to, to be told the story of may grandfather by himself.

miércoles, 6 de enero de 2010

COMENTARIO LIBRO -FUEGO QUE NO SE APAGA


FUEGO QUE NO SE APAGA
de Milia Gayoso Manzur



Coincido totalmente con Lourdes Espínola, presentadora del libro de Milia Gayoso FUEGO QUE NO SE APAGA; ella afirmó que hasta parecería extemporáneo hablar de amor en el siglo 21 y, antes de leer los cuentos breves que integran el libro, pensé lo mismo que dijo Lourdes. Luego cambié de opinión y ya van a ver ustedes porqué.

En este libro, como en otros de la misma autora es tan vívida la impresión de ser testigos de lo que ella va contando, hay tantos elementos reales en sus narraciones –color, perfume, sabor – que el lector no puede sustraerse a sus encantos, es decir al encantamiento de las palabras tal como Milia las va encadenando. Nadie podría confundir esta producción con la de otro autor, hay tanto de femenino, con dosis de lágrimas muy breves, alguna flor seca por ahí, un sol que se ocupa de iluminar una plaza con niños…la sensibilidad se palpa en cada página. Y los viajes, en cada uno de ellos la protagonista sale de los carriles de la rutina para imaginar o vivir amores soñados.

En cuanto al tema del amor, como esta escritora está enamorada del amor, es inútil pedirle que se ocupe de las convulsiones sociales o del precio de la soja en Londres, ella no está para esas zarandajas, ella vive intensamente, como solo puede vivir alguien que ama de la misma manera. Por lo tanto ocuparse de un tema social que estremece y conmociona, que motiva al ser humano desde que nace hasta su fin, ocuparse del amor es lo suyo.

Las historias de este libro están escritas con mucha economía de lenguaje, el oficio periodístico le brinda a Milia esa característica pero no por eso deja de ser lírico por momentos y, en otros, las descripciones son tan precisas, tan estrictamente poéticas que a muchas lectoras incautas les sucede que se han visto levitar sobre las aguas del Ganges, como la heroína del cuento que habla de esas aguas sagradas.

Esta es una lectura para gente confiada, amable, generosa, impulsiva y apasionada. Es inútil que lean el libro los calculadores y los políticos, ellos no cambiarán.


Lita Pérez Cáceres 3/ 01/ 10