viernes, 4 de junio de 2010

Una lectura intensa

MAMÁ – de Joyce Carol Oates

Editorial ALFAGUARA – 480 páginas – Edición 2009

Muchos lectores que se apasionan por un autor buscan incansablemente sus obras, lo siguen por sus noticias en la prensa o en Internet, saben de su vida privada y leen con minuciosidad sus libros para encontrar la urdimbre secreta sobre al cual ha trabajado el creador de esa ficción. Como en aquella película Misery, basada en la obra de Stephen King, los lectores somos como la demente mujer que secuestra a su autor preferido y prefiere matarlo antes que darle la libertad.
Los que nos animamos a entrar en el laberinto de las palabras, en el encadenamiento de las mismas para lograr un oración coherente y atractiva, nos creemos dueños del texto, amos del escritor y hasta pensamos – pensamientos inconfesados- que también nosotros hemos participado en la creación de ese volumen cuya lectura nos apartó de la Tierra y nos sumergió en mundos desconocidos. Deben convenir conmigo en que hay lectores locos ¿o no?
Eso me pasó con Joyce Carol Oates. En unas vacaciones, en Montevideo compré un libro voluminoso, Blonde, meses antes había leído el comentario en el suplemento de Clarín y solo me bastó ver la foto de Marilyn en la tapa para que mi deseo de leerlo fuera superior a cualquier otro. No es una biografía en el sentido literal de la palabra, Joyce lo deja claro al final cuando escribe que los que quieran leer datos fidedignos sobre el personaje, que recurran a una biografía. Confieso que me sentí defraudada, pensaba adueñarme de los datos, totalmente inéditos para mí, pero con esa advertencia ya no podría alardear ante nadie. Hace unos 6 meses tuve acceso a una nota sobre Joyce Carol Oates – muy extensa- en la cual contaban su vida y se mencionaba una de sus últimas obras “La hija del sepulturero”, candidata a ganar el Premio Nacional de Literatura en Estados Unidos. Leí esa novela y la comenté – me conmocionó – quedé más fan que nunca de esa autora. Ahora, luego de leer Mamá, puedo decir que comprendo a Joyce y que he descubierto qué es verdad recreada en sus obras y qué es ficción. Si yo tuviera razón y si mi análisis fuera certero, me sentiría en la gloria porque Mamá es un canto al amor filial, es una tarea que exige ir desenredando esa madeja de afectos que crean un encaje, un encaje secreto que cada familia guarda para sí misma y no lo delata a ningún extraño.
Gwen, la madre de Kitty y de Clare, es asesinada. Esa muerte tan abrupta y tan inesperada obliga a sus hijas a recorrer el largo sendero del duelo. Durante la jornada van descubriendo a otra Gwen y cada hija toma un camino diferente pero sin desatar ese lazo indestructible que formó el amor que recibieron de su madre.
Mamá es una novela de emociones, no creo que la mente, tan lógica de los hombres, pueda comprenderla a cabalidad. Podrían juzgarla como liviana. Para las mujeres, sean madres o no, leerla es un shock, un terremoto durante el cual caen las estanterías con clichés tan arduamente armados, es un descubrimiento que nos deja desnudas y a la intemperie.
Las madres no deben tener pasado, las madres deben ser santas, las madres deben ser perfectas, hacendosas, pulcras, buenas al extremo y tiernas, tolerantes, sumisas, discretas y quien sabe cuantas exigencias más hemos puestos sobre sus hombros desde que la sociedad civilizada las obligó a desempeñar un rol secundario, la confinó a la casa para educar a los hijos y para mantener encendido el fuego sagrado del hogar.
Las madres debían ser resignadas – como dice una canción de autor paraguayo – en tanto los hombres deben luchar y matar por la libertad, por la patria, cumpliendo gestas heroicas.
Por eso esta novela es diferente, porque Gwen, nacida en la década de los 40 y cumplidora de todos los preceptos que debe honrar una buena ama de casa ocultó sus verdaderos deseos durante años. Tuvo momentos de desesperación y se sobrepuso sola, lamiéndose las heridas en la soledad de una casa madera y estuco, en un barrio de clase media, con un marido comprensivo y tolerante y muy dependiente de la opinión ajena.
Por ese motivo tiene que pasar más de un año para que su hija soltera acepte la Gwen oculta y la comprenda, para que ella misma se perdone y deje que Gwen se marche en paz.

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