La hija del sepulturero
La hija del sepulturero - Joyce Carol Oates
Alfaguara - 2009
Un drama terrible, sucedido en un desconocido pueblito americano pone
a Rebecca Schwart en primer plano, es la única de su familia que
sigue viviendo en ese lugar donde todo le recuerda que su padre
mató a su madre y luego se mató a sí mismo. Luego aparece la
salvación en la persona de un sujeto que la hechiza por su poder y por
su pasión. De su matrimonio con ese hombre nace un hijo y con él, el
despertar de Rebecca que logra ver su realidad sin el velo del amor.
Cuando ella escapa de su marido se inicia el segundo drama y Oates nos
transporta en la mochila de Rebecca, hasta el final.
Rebecca está destinada a ser una fugitiva y, como tal, debe
amoldarse a las diferentes circunstancias que su destino le pone
delante. Es un reto casi imposible de vencer, no
obstante, ella tiene un hijo y el deber de protegerlo la empuja a
ser creativa, a intensificar su poder de observación, a manipular a
quienes desconocen su historia y así llega a darle una educación
esmerada y una oportunidad para que su talento brille y triunfe.
Este es un libro que habla de desarraigos, una obra conmovedora, es la
saga de una familia que no encuentra su lugar en el mundo hostil y
discriminatorio contra los inmigrantes, olvidando que todos, alguna
vez, lo fuimos.
Joyce Carol Oates no elige seres débiles ni mediocres para hacerlos héroes
de sus historias, antes bien, son sobrevivientes decididos a todo para
aferrarse a esto que se llama vida. Rebecca Schwart es hija de una
familia de inmigrantes que llegan al puerto de Nueva York el día que
ella hace su entrada a este mundo. Sus padres saben que deberán
amoldarse a una nueva sociedad, a un nuevo idioma y a reglas extrañas,
saben que el pasado quedó, inevitablemente atrás y comienzan a vivir
en una sociedad profundamente discriminante, que aborrece todo lo
extraño y denigra a los raros. Los padres y los hermanos de Rebecca
viven o transcurren, en los límites del cementerio de un pueblo sin
importancia, como tantos otros. Pero están últimos en la escala
social y eso hace mella en los padres de Rebecca que ya nunca más se
verán a si mismos como el profesor de matemáticas y la cantante
lírica que fueron. Jacob y Anna se sumergen en un proceso de
bestialización. Dejan de tener sueños, solo pretenden durar lo más que
puedan.
Los hijos varones llegan a la confrontación con el padre, que ya
presentaba un proceso avanzado de alienación, y resuelven el
conflicto marchándose. A ellos los perdió la falta de cuidados, de amor, de abrazos.
Es tanta la fuerza de ese personaje, es tan grande su determinación de
salvarse de un destino que le aparecía como inevitable, que arrastra
al lector en su huída, lo hace cómplice de sus trampas y de sus
mentiras, creadas solamente para escapar a la muerte personificada en
un hombre cruel que le parece la reencarnación de su
padre. Como en aquellas inolvidables tragedias griegas, en La hija del
sepulturero, Joyce Carol Oates, pone los mismos elementos. Hay amor,
miedo al amor, hay odio y resentimiento, hay desprecio y compasión,
ansias de superación, pasión. No es una novela rosa, es negra, con
negros intensos que llevan a apreciar mucho los escasos momentos de
belleza que ofrece.
El estilo de Oates cambia siempre, en momentos parece tener el ritmo
del trotar de un perro gigante que huye de los hombres, un perro que
habla consigo mismo y así nos enteramos de sus planes. En otras
páginas las palabras surgen como las huellas de una serpiente que se
arrastra sigilosa para que sus enemigos no la descubran. El personaje
central opaca al coro, los otros, que también sufren y odian, y solo
sirven como complemento, como utilería que debe destacar el desempeño
de la prima donna.
En este libro donde la muerte está siempre presente, la autora somete
al lector a una tensión dramática que se convierte en una adicción.
El estilo vertiginoso de Oates convierten las 682 páginas en un festín.
O mejor, en una carrera hasta esa página final que los deja al borde un abismo, porque es totalmente inesperado, mucho más que sorprendente y hasta se podría decir que
contienen cierta ternura, cierta laxitud que se apodera de la
protagonista: Rebecca Schwart, descanso que nos permite tener tiempo para suspirar y para añorarla, inmediatamente.
jueves, 18 de febrero de 2010
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