viernes, 24 de septiembre de 2010

Neruda, su nueva chaqueta y el schnautzer

A pocos días del aniversario de su muerte, prefiero recordar al poeta con una anécdota que leí en unas memorias de Zelia Gatai, esposa de Jorge Amado. En ese libro ella rememora su estadía en París, de donde fueron echados con su ilustre esposo y su hijito de pocos meses, a pedido de la dictadura que gobernaba en Brasil. La pequeña familia se refugió en Checoeslovaquia, en un castillo que el gobierno comunista de ese país ofrecía a los escritores de manera gratuita para que se hospedaran por largas temporads y escribieran allí, comodamente instalados. El castillo estaba ocupado por otros poetas checos y por los empleados que los servían amablemente. Zelia se dedicaba a recorrer los alrededores mientras Jorge Amado se inspiraba. A veces llegaba hasta Praga, como cualquier turista. En esa hermosa ciudad vivía otro escritor que le había dejado en custodia su perro, cuando él salió de vacaciones. Era un schnautzer ( no se si está bien escrito) y ella tuvo que extremar su vigilancia, porque su bebé comenzaba a caminar y el perro a comer todo lo que encontraba a su paso, aunque fueran los objetos más increíbles. Cuando el dueño regresó, Zelia le contó lo que había hecho y el dueño prometió que lo corregiría.
De pronto llegaron de visita por Praga, Pablo Neruda y su esposa Matilde. El dueño del perro invitó a cenar a las dos parejas, a los Amado y a los Neruda. Era una noche muy agradable y Neruda estaba feliz como un niño porque estrenaba una chaqueta a cuadros comprada en París. Paseaba ufano por la sala mostrando su elegancia hasta que decidió sacársela, colgarla del respaldo de una silla e ir al comedor a gozar de la cena.
Mientras cenaban, el dueño de casa explicó que su perro había sido sometido a un tratamiento sicológico, por un gran especialista y que estaba totalmente curado de sus mañas.
La cena trasncurrió muy bien, hubo brinds y buenos deseos y, cuando llegó el momento de retirarse, Neruda fue a buscar su chaqueta. Encontró la mitad, la parte de abajo se la había comido integramente el perro. El poeta casi lloró pero comprendió que el famoso sicólogo era un timador.

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