EL COPETIN DE LA PLAZA
La dueña del copetín se llama Olimpia y, por esas paradojas de la vida, es hincha fanática de Cerro Porteño. Ella comanda las tareas de la cocinera y del hijo menor, un niño de 13 o 14 años. Se nota que ha sido una belleza y ahora, le calculo unos 50 años, todavía se la ve muy bien. De rasgos finos y manos cuidadas, el trato que da a sus parroquianos es amable y educado.
Ya partieron los indígenas, ella cuenta que no consumían mucho “Algunas veces venían los chicos a cambiar monedas y compraban golosinas”. Ahora el negocio parece más próspero que en sus primeros días. En la cocina arden las cuatro hornallas y hay un trasiego de gente que entra y sale satisfecha.
La zona donde está ubicado el copetín es excelente, sus mesas y sillas pintadas de amarillo fuerte invitan a entrar, a todos les parece que allí hay calidez humana. Pasa la gente y la mañana se desliza, minuto a minuto. Desde la barra del mostrador se ven distraídos campesinos que merodean por los alrededores, artesanos que vienen a entregar sus productos en las cercanías, changuistas que hacen todo tipo de trabajo y que esperan los favores de la vida sentados en el banco de la plazoleta de las trabajadoras del sexo. Un músico bohemio con el estuche de su violín en la mano izquierda pregunta si hay café. Yo quisiera responderle que en ningún copetín paraguayo que se precie de serlo hay café a las 11 am. ¡No estamos en un café del Sena, hombre!
Ellas, las que ponen el glamour a la zona, las que ofrecen al viandante sus besos por pocos pesos, no faltan. Hablo de las matutinas, las que dejan hijos en poder de las abuelas y vuelven al atardecer con el rinde del día.
Llegué a las 10:30. Pude eludir a mis triglicéridos que me seguían y pedí una tortilla recién hecha, crocante, aromada con perejil, de paso escuché la conversación de Olimpia con la clienta.
¿Qué tenés para mi desayuno, che mamita? Todavía co yo no comí nada desde anoche.
- Tengo empanadas de carne y de pollo.
- -Nooo, chembo pya hai…me da tanta acidez, no puedo. ¿Qué lo que estás preparando para el almuerzo?
- Un bori borí de pollo, con mandioca y ensalada.
- Eso voy a esperar y mientras dame un tecito de boldo mbaé. Anoche no dormí un sueño porque le tuve que internar a mi mamá, por suerte le atendieron pero me quedé con ella, tuve que comprarle toditos los remedios y vine sin un peso. Pero algo ya hice.
- Si querés te fio, sabés que estoy para ayudarte. Hoy por ti, mañana por mí.
- No hace falta, hoy es el día de Alcibíades, el me paga bien. Le atiendo y después ya me voy otra vez en el hospital.
- ¿Qué tiene tu mamá?
- Tiene tiricia y los médicos dicen que es patitis o algo así. Amarilla está.
- Dale mucha lima puru`a y también llantén.
- Si, a lo mejor mañana ya la llevo otra vez en casa y le voy a cuidarle con esos remedios caseros que son mejor que los de farmacia.
Llegó mi tortilla y dejé de atender la conversación entre Olimpia y la mujer. El alimento básico del paraguayo estaba en su punto y no podía perderme en pensamientos ajenos. Esa tortilla merecía un poema. Tortilla rima con chiquilla y con canilla…
domingo, 20 de septiembre de 2009
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