viernes, 4 de febrero de 2011

La calle Caballero

La calle con nombre de prócer despierta lentamente, de acuerdo a la actividad de los comerciantes que la habitan. Los primeros en llegar son los cuidacoches, vienen animosos, comentando algún partido de fútbol que vieron la noche anterior, en el comedor de Olguita. Siempre hay alguna jugada dudosa, un réferi maldito y hasta una pedrada que deja una víctima inerte en el campo de juego.
Luego abre la Librería
y su contiguo negocio de papel, los empleados acuden con cara de haber dormido poco y de haber recorrido kilómetros de suburbio para estar en Caballero casi Mariscal Estigarribia a las 8 en punto, como los ingleses de América del Sur.
La morocha vendedora de frutas y de yuyos, Lili la exuberante, vende sus productos y cuenta historias. Sus clientes escuchan con atención mientras eligen las manzanas, los duraznos y algunos choclos.
El espeluznante caso del alemán que degolló a su pareja y la descuartizó, es el relato preferido de los cuidacoches, porque Lili la sabia, le agrega detalles escabrosos todos los días “La encontró leyendo un mensaje de amor en su celu…” dice el lunes. El martes cuenta “El ya sospechaba algo, porque ella se bañaba todos los días – a don Otto eso no le gustaba, la prefería sin bañarse- después se perfumaba y salía, le decía que iba a la farmacia”.
Para el viernes la imaginación de Lili le dictaba “El muchacho de la farmacia le había dado a ella un veneno que no deja huellas y dice que la chica se lo ponía en un te que don Otto tomaba después de cenar. Pero era muy lento porque él la mató primero…”
- Llevá patronita este ajenjo, especial es para la desintoxicación, eso tomaba mucho don Otto y yo digo que eso lo que le salvó.
Nadie critica a Lili, cada uno hace el marketing que puede o que sabe.
La quinielera llega pasadas las 9, retira su mesita, su silla, el libro de los sueños y va hasta la esquina de Mariscal Estigarribia, allí atiende a sus clientes. Una de sus preferidas es Gisela, la brasileña que vende artesanía a los turistas, cada vez que sueña con un animal juega mucha plata al número de esa bestia.
Los coches de turismo, llenos de hombres y mujeres de vacaciones, hacen su aparición cerca del mediodía. El vendedor de lentes ahumados y películas porno, les vende todo con sonrisas melifluas. Los hombres maduros, en bermudas con cinturones para atajar la panza, ojotas y sombreros, alzan los bolsones. Sus mujeres quieren salir de compras ¡ya!
Ninguno de ellos conoce las historias de la calle Caballero.

1 comentario:

Alejandro Hernández y von Eckstein dijo...

Cada rincón de Asunción es, fue y será un mundo independiente del de la cuadra siguiente. Si las calles hablaran...Bueno...hablan, solo hay que saberlas escuchar y vos, evidentemente, lo hiciste.
Un ciberabrazo.