Esta entrevista fue publicada por la periodista mexicana Eve Gill, en su blog La trenza d eSor Juan, me permití copiarla poque creo que todos mis colegas periodsitas deberían conocer el texto.
La periodista que adoptó a la Chechenia latinoamericana
Foto: Eve Gil
No sé si llamar “conversión” al caso de Judith Torrea, pues lo suyo parece, dicho sea con el gran respeto que amerita su abnegado ejercicio del periodismo, un apostolado más que como “una chamba”, como ella la nombra, muy a la mexicana. Una chamba por la que obtiene apenas un pago simbólico, otorgado por las personas a quienes da voz y cuidan de ella como lo que es: un maravilloso ángel guardián de un metro ochenta y dos, que si bien se encuentra tan vulnerable y expuesto a la maldad y a las balas como aquellos que la procuran, tiene la fortaleza psicológica necesaria para brindar consuelo y amistad a quienes pasan a engrosar las cifras de huérfanos, viudas o viudos. Algo más próximo a lo metafísico que al materialismo que caracteriza nuestra época de usar y tirar… como cuando dice, con esa voz aterciopelada y dulcísima, que me hace pensar más en una Florence Nightingale que en Anna Politkovskaya, por compararla con otra periodista que también adoptó a una ciudad sitiada por la ambición de otro dictador disfrazado de demócrata, Vladimir Putin en este caso. No considero descabellado decir que Ciudad Juárez es la Chechenia personal de Felipe Calderón Hinojosa:
“Cuando llegué a Juaritos, dispuesta a quedarme, pensé que podría vivir de mi trabajo como free lance, pero me encontré con la nueva de que en ningún diario o revista local aceptaban mis colaboraciones… quizá por la crisis económica imperante hasta el momento. Decidí entonces abrir un blog y vomitar ahí toda la información. Yo soy muy creyente en las fuerzas del universo, y estoy convencida de que si haces algo por genuina pasión, te cae el alimento del cielo.”
Recientemente el blog de Judith titulado “Ciudad Juárez a la sombra del narcotráfico”, ha sido acreedor a dos premios internacionales: el Ortega y Gasset de Periodismo Digital, y el BOB, Reporteros sin fronteras 2011, “algo así como el Oscar de los blogs”, me explica Judith, con la sonrisa más candorosa del mundo, “y acudiré a recogerlo a Alemania en un par de semanas”. Parte del monto del Ortega y Gasset –y pretende hacer lo mismo con el que recibirá próximamente- lo ha donado a Casa Amiga, creada por su querida amiga Esther Chávez Cano, fallecida el 25 de diciembre de 2009, para apoyar a los padres y madres de mujeres desaparecidas o asesinadas, y que amaba a Juaritos tanto como la propia Judith. A Esther no la doblegaron las balas, como a la mayoría de los luchadores en pro de los derechos humanos, sino un cáncer: “El día de Navidad –escribe Judith en la entrada de su blog con fecha de la muerte de su querida amiga: Navidad, que de ninguna manera equivale a tregua para quienes han sembrado el terror en aquella ciudad- a las 6:00 de la mañana murió (Esther) en su hogar de Ciudad de Juárez. Hacía tres días que no hablaba. Sólo respiraba (…) En lugar de llorar me siento fuerte, y de hecho he comenzado a avisar a varias de sus amigas, desde Eve Ensler hasta Lydia Cacho o la señora Villagrana, que volvió a sonreír gracias a Casa Amiga, después de haber sufrido la agonía de esperar alguna noticia de su hija de 15 años y recibir un cráneo como única respuesta de las autoridades.” (p.p 43 y 44).
Resulta difícil de imaginar que todo este tiempo, Judith haya buscado una puerta de salida al glamur que caracteriza la vida de una periodista de espectáculos en Nueva York, y que entre cuyos “privilegios”, según lo narra ella misma en su hasta ahora único libro, Juárez en la sombra, Crónicas de una ciudad que se resiste a morir (Aguilar, México, 2011), que no es sino la recopilación de las entradas de su blog premiado, se cuenta acceder a las más sofisticadas drogas en la más fastuosa comodidad de palacios de magnates de toda laya. “¿Tienes una idea de cuantos mexicanos pobres-pobres tienen que morir para que tú te atiborres de eso?”, los increpaba Judith, sin poderlo evitar. En el libro se lee cual era la respuesta del reclamo lloroso de la periodista: “¡Judith, Judith! No hablemos de cosas serias. ¡Brindemos por México!” (p. 20).
“Yo cubrí por nueve años espectáculos en Nueva York, y durante otros cuatro cubrí la política del alcalde de aquella ciudad, Michael Bloomberg –señala Judith- Pero hace 14 años, cuando pisé Ciudad Juárez por casualidad para pasar a Austin Texas a disfrutar de un año sabático, me quedé fascinada con aquella región de México. Al grado de considerar cambiar de planes. Al regresar a mi trabajo, solicité quedarme a cubrir la frontera con México. Ya para entonces estaba crítica la situación: los asesinatos de chicas pobres y bellas eran parte de la cotidianidad de aquella ciudad, pero yo quería estar allá no solo por instinto periodístico… también, y sobre todo, porque es muy fácil encariñarse con su gente.”
¿Cómo es posible, se pregunta Judith impotente, llorosa, que Ciudad Juárez haga frontera con la segunda ciudad más segura de los Estados Unidos que es El Paso, Texas? ¿A costa de qué es tan segura?
Judith Torrea es la clase de mujer que uno NO imaginaría viviendo en Ciudad Juárez, de manera no solo voluntaria sino voluntariosa, rentando una modesta habitación con apenas lo necesario para subsistir. Resulta demasiado evidente que ha sido extraída de un ámbito de exquisitos modales y ropa de diseñador; tiene incluso el físico de una modelo de alta costura con su espigada silueta de un metro ochenta y dos (su sola estatura causó sensación entre la prensa del DF) y su larga cabellera de un rubio cenizo, cayéndole en gruesas guedejas sobre los hombros. Y si por ahora no trae puesto un traje de diseñador, hace que la mascada surgida de la mano de indígenas de la región de Chihuahua que tan amorosamente la arropa, luzca en ella como una prenda adquirida en alguno de los grandes almacenes de la Quinta Avenida. Labios impecablemente pintados de rojo. Casi nada de maquillaje en los ojos más bien pequeños en comparación con su sonrisa tipo Julia Roberts. Intento imaginarla confundida entre el caos de gente que se forma con cada asesinato perpetrado en Ciudad Juárez, casi siempre ejecuciones públicas como en tiempos de la Revolución…o del Circo Romano… pues a diferencia de los fusilamientos, estas ejecuciones –mucho más comunes por la tarde que en la madrugada- no tienen lugar para darle una lección al resto de la población, sino para perpetuar el terror al que, aunque parezca mentira, empiezan a habituarse los habitantes de aquella ciudad, la herida sangrante no solo de los mexicanos, sino para cualquier ciudadano pensante del mundo como la propia Judith. Todo allí, según nos los describe Judith, está dispuesto para mantener en vilo a los habitantes que a diferencia de las guerras “decentes”, por llamarles de algún modo, no tienen derecho a tregua ni a ser prevenidos en caso de bombardeo. Lo único que pudiera considerarse una especie de aviso, pero no incluye ninguna clase de advertencia respecto al momento y el lugar en que se suscitarán los hechos, son los narcocorridos que interrumpen fugazmente las señales de radio.
Según declaró Judith para el diario Milenio el 6 de junio de 2011: ““Yo no estoy casada, no tengo pareja, no tengo hijos, no tengo que estar ganando dinero porque le tenga que dar de comer a alguien, y estoy más libre que otras personas. Bueno, hay que hacer realmente lo que uno debe de hacer en un determinado momento de la vida. Yo en ese punto me sentía muy libre. Valoro mucho a mis compañeros que hacen diferentes tipos de periodismo, y que a veces quisieran hacer otro tipo de periodismo, pero no lo hacen porque no pueden arriesgar a sus familias, porque además no pueden ser free lance porque necesitan un sueldo fijo.”
En su libro relata, respecto a que los periodistas siempre llegan antes que los policías al lugar del crimen: “Un colega se acerca y me dice que tuve suerte. A él le han puesto un arma en seis ocasiones en estos últimos dos años. Una vez pensó que era el final. Y siguió haciendo su chamba hasta el fin de su turno. Porque quiere seguir creyendo lo que le enseñaron que era su deber como periodista: en que si no se cuentan estas historias habrá más horror. Impune. Tiene dos hijos.” (Sábado 27 de febrero de 2010, p. 76)
“Yo me di cuenta de que mi pasión es el periodismo, y que en ese momento necesitaba contar las historias de Juárez-continúa Judith-. Entonces fue cuando me regresé de free lance, y pensaba que iba a ser más fácil. No lo fue, pero siempre pienso en lo que me han enseñado los habitantes de Ciudad Juárez: que la adversidad hay que convertirla en fortaleza. Y que luego, si tú haces las cosas con pasión, con amor y con respeto al otro, pues las cosas van a venir de manera positiva.”
Esta mujer de origen vasco, que podría detentar cualquier edad y sin embargo confiesa alegremente sus 39 años, nació un 2 de julio en un poblado al norte de Navarra, España y se crió con sus abuelos en un pueblito de apenas 37 casas. El abuelo era invidente a consecuencia de un disparo que recibió en la cabeza durante la guerra civil española, aunque una de las cosas que más admiraba Judith de él era que no parecía ciego y se movía con desenvoltura y gracia en todas partes: un poco como la propia Judith en medio de ese campo minado que es Juaritos. A través de este abuelo, que era fanático de todo lo mexicano, heredó la periodista su amor y curiosidad por aquel remoto país…por su música -mis grandes pasiones son la ópera y la música norteña-, y por sus escritores. Juan Rulfo ha sido decisivo en su existencia, y aunque no lo menciona es muy probable que Ciudad Juárez, cuyo destino inminente parece quedar reducida a fantasmas, le remita al Comala poblado de almas en pena que acarrean tras de sí muertes violentas.
Pero ni siquiera la ficción basta para preparar a un ser humano para ser testigo de los horrores que ella ha presenciado y consignado debidamente en su blog, y del que se desprende el estrujante libro de crónicas Juárez en la sombra, donde queda constancia de que la violencia se disparó por las nubes con el inicio de la pomposamente llamada “Guerra contra el narcotráfico” que más bien parece guerra contra los ciudadanos juarenses.
En el prólogo de Juárez en la sombra, titulado “La mujer con la esperanza entre los dientes”, el escritor Juan Cruz, miembro del jurado del Ortega y Gasset, recuerda: “Lo primero que escuché de Judith Torrea fue un grito. Acababa de ganar el Ortega y Gasset de Periodismo y a mí me había tocado darle la noticia. Ella gritó de júbilo. Venía de otros gritos, venía de callar la esperanza, de gritarla, de comunicarla, en medio de la sangre y del dolor. A ella habría que atribuirle la hermosa frase que una vez escribió Ernest Hemingway para que la divulgara luego, con tanto éxito, Alfredo Bryce Echenique: “Conoció la angustia y el dolor pero nunca estuvo triste una mañana.”
Pero además de ser autora del blog más visitado del mundo, Judith ha colaborado para diversos medios como el diario El país de su natal España, Le Monde Diplomatique de Francia, la agencia EFE y la revista Letras libres. Tiene el dudoso honor de haber sido la primera periodista española en presenciar en directo la ejecución de un condenado a muerte, mientras trabajaba como reportera para el capitolio en Texas.
Y si bien el libro es magnífico, Judith Torrea lo considera, más que una obra literaria o periodística, un grito de auxilio. Empecemos por decir que no es políticamente correcto, porque desmiente de manera tajante que los muertos, sin excepción, hayan tenido relación con el crimen organizado (y aunque la tuvieran: son vidas humanas las que se juegan). Y he ahí la parte más escalofriante del asunto: cualquier ciudadano es susceptible de ser asesinado en cualquier momento, ya sea porque quedó atrapado en lo que llaman “fuego cruzado”… o porque se rehusó a pagar una cuota a los policías federales para mantener funcionando su negocio…o simplemente fue objeto de una equivocación o de un vulgar ajuste de cuentas que nada tenía que ver con las drogas… O porque sí. Y cada una de esas muertes quedará impune porque no significan nada para el gobierno. A lo largo de las entradas del blog de Judith, consignadas en el libro, vamos advirtiendo, no sin desesperación, como varios de sus amigos y conocidos van desapareciendo paulatinamente de escena…y no por estar involucrados con el crimen organizado, sino por el simple hecho de estar vivos. Ahora la vida social no transcurre en las plazas públicas, sino en los cementerios. Es ahí donde se han refugiado los vendedores ambulantes que siempre encontrarán clientela para sus chicharrones con chile y sus dulces entre los asistentes a los entierros que se efectúan a diario, y donde los féretros son cada vez más numerosos… y pequeños. Se lee en la página 114 (entrada del Jueves 5 de agosto de 2010):
“Lo que se mata es todo. El presente y el futuro. Las personas. La salud mental. La libertad de prensa. La libertad de ir a la chamba, a la escuela, al centro comercial, sin peligro de ser asesinado.
Lo que se mata cada día es la democracia. No la encuentro. No la veo. Se ha perdido entre tanta impunidad anunciada desde el comienzo de los feminicidios hace 18 años. Ahora agudizada con esta llamada guerra contra el narco y la lucha del Cártel de Sinaloa por controlar la principal plaza del paso de drogas hacia Estados Unidos del Cártel de Juárez. En una ciudad militarizada (…) Los únicos lugares donde se ve gente en la calle son los cementerios.
(…) Juárez está fuera de control. Más que nunca. Y cada vez más lejos de la fantástica Ciudad de México, lejana y no sólo en distancia (unas tres horas y media en avión y 20 en automóvil), sino también en la realidad de vivir bajo el peligro de muerte constante.
Foto: Eve Gil
Judith ha dicho en más de una ocasión que lo que más ama de Ciudad Juárez es su gente, y me lo repite con una amplia sonrisa que no parece propia de la mujer que ha presenciado un horror peor que la guerra…porque hasta las guerras tienen reglas, y aquí no las hay: “La gente de Juárez siempre me ha brindado su mejor sonrisa…siempre están allí para darme ánimos. Es increíble. Acabándoles de matar al vecino, al amigo… ¡al hijo!... ¡ahí están, preocupados por mi bienestar! En Juárez aprendí, entre otras cosas, a valorar la vida y a disfrutar intensamente cada minuto, por respeto a los que ya no pueden porque les ha sido arrebatado ese derecho fundamental. Nunca dejará de sorprenderme que conserven esa alegría de vivir…que todavía sonrían.”
“Acabo de regresar de unas vacaciones en mi país natal –España- donde todo son caras largas, malos modos y rezongos por lo del desempleo… ¡y no lo puedo creer! Eso no es nada comparado con lo que sucede en Ciudad Juárez. En Juaritos ninguna de las personas con las que hablo cotidiana está segura de estar viva al día siguiente. Y sin embargo conversan, cantan, bailan…
Judith Torrea, nuestra Anna Politkovskaya –a quien sin embargo le deseamos un futuro mucho más prometedor y, sobretodo, extenso: Judith tiene que llegar a vieja, tiene que llegar- no tiene en mente ningún libro, ninguna novela: solo su blog. Continuar dándole voz a la gente de su Juaritos del alma y, sobre todo, entrenar a ciudadanos de a pie para que a estos, a su vez, abran otros tantos blogs con sus propias experiencias y su grito se convierta en uno solo que traspase las fronteras y realice el milagro de retornar esta maravillosa ciudad a su bullicioso esplendor.
Entra el blog de Judith Torrea, Ciudad Juárez a la sombra del narcotráfico
miércoles, 22 de junio de 2011
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