lunes, 14 de mayo de 2012

Latidos del tren

Ahora que solo el ruido de los autos tuneados invade mis oídos me complace sumergirme en la nostalgia de otros sonidos más cálidos. Por ejemplo el del paso del tren, sus pitos y el chaca-chaca de las ruedas, el gran suspiro de vapor que solían exhalar las locomotoras.
Vivíamos en Buenos Aires a tres cuadras de una barrea del ferrocarril Urquiza - él único que llegaba hasta Asunción. La barrera estaba en Bolivia y Beiró pero por allí no pasaban los viejos trenes a vapor, era eléctricos y de pocos vagones, pasaban con una frecuencia de 10 minutos, mi padre lo llamaba el trencito. En ese trencito salíamos del suburbio de Villa del Parque para acercarnos hasta el centro. Llegaba hasta la Chacarita y desde las ventanillas se podía ver el alto murallón que rodeaba el inmenso cementerio bonaerense. Desde allí hacíamos combinación con el subte de la línea B y llegábamos hasta la estación Callao, donde debíamos bajar para ir hasta el colegio. Cuando viajaba en ómnibus siempre me daba miedo pasar por barreras bajas, era costumbre suicida de los choferes, acelerar y frenar, eso me ponía muy nerviosa porque me imaginaba que cruzarían sin aguardar a que las barreras estuviese levantadas. Muchos lo habían hecho y había muerto mucha gente.
Cuando me casé,  fuimos a vivir a Areguá y allí también el tren hacía notar su presencia, las máquinas pasaban resoplando y el  primer perro - de mi vida de casada- viajó en tren desde Asunción, pesado y etiqeutado como si fuera una encomienda. En la estación de Areguá lo esperábamos mi marido, mis hijos y yo. Fue un reencuentro muy feliz.
En el diario Noticias veía pasar al mediodía el tren que iba a Luque que, al pasar por el diario pitaba muy fuerte y alargado, uno de los guardas le rendía así un homenaje a su novia a Marina, la peqeuña y amable Marina.
Ahora, a los asuncenos  solo nos queda añorar el tren, sus vías estaban muy viejas, dicen y era preligroso ponerlo en marcha.
El año pasado, en octubre fuimos unos escritores paraguayos a la ciudad de San José, Uruguay, donde se realizaba una feria internacional del Libro. La ciudad es chica y tan cuidada como una tacita de plata. Nos alojaron en una colonia, pocos kilómetros del centro. Nuestro cuarto, lo compartíamos con Milia Gayoso Manzur, daba a las vías de un tren que cruzaba el campo de madrugada. Escucharlo fue como reencontrame con un amigo de la infancia.

1 comentario:

Alejandro Hernández y von Eckstein dijo...

El tren siempre fue la insignia del progreso. ¿Será por eso que se han empecinado en hacerlo desaparecer? Paraguay fue el 6ª país en América en tener servicio de trenes y uno de los últimos del mundo en tener un servicio con locomotoras a vapor. Es una pena.